En vez de quejarse de la pandemia, comerciante salvadoreña le puso buena cara a los tacos
Los Ángeles — El calor azota con fuerza y el generador eléctrico suena sin parar, dándole energía al camión de comida, mientras Carmen Calles organiza los platos, servilletas e ingredientes antes de que lleguen los comensales por sus tacos, burritos, tortas y quesadillas para el almuerzo, cuando hay mayor demanda.
“Todo viene sazonado y crudo, solo para tirarlo a la plancha”, explicó la comerciante, cubierta su boca con una mascarilla y en sus manos unos guantes, siguiendo las normas de salubridad para operar este restaurante rodante que apenas llevaba tres meses con él cuando llegó la pandemia.
Calles, originaria de El Salvador, abre su venta de comida a las 9 am en el vecindario Westlake, en Los Ángeles. Sin embargo, se levanta a las 4 am a sazonar el pollo, el pastor y la carne, la que luego corta en pedacitos. A esa hora también pica la cebolla, el cilantro, la lechuga, los rábanos y los limones.
“Me toma dos horas”, aseguró sobre todo el preparativo.
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Esta mujer, de 35 años, llevaba desde principios de enero de 2020 con esta venta de comida que compró junto a su esposo, originario de Puebla (México). No había terminado de aclimatarse cuando llegó la orden de quedarse en casa, debido al alza de casos de coronavirus.
“Íbamos empezando, se vendía poquito a poquito”, reconoció la oriunda de Acajutla, detallando que antes de que se encerrara en su hogar las ventas oscilaban entre los $250 y $280 al día, con lo cual podía sacar para la cuota del camión de comida que oscila en $1.000 al mes y otros gastos.
A raíz de la ordenanza municipal, la comerciante estuvo en su casa un mes. A mediados de abril, cuando regresó a la calle 6th de Los Ángeles, se encontró con que el espacio de regularmente ocupaba su vehículo era utilizado por otra lonchera, lo que la obligó a comenzar de cero.
“Allá tenía mis clientes”, dice señalando la acera de enfrente.
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Ese regreso la llevó a otra cruda realidad. La gente que pasaba por la zona casi no comproba comida. La reducción de sus ventas casi llegó al 50% de sus ingresos previos. Entre abril y julio el promedio de ventas era de unos $140 a $150 al día. Al llegar agosto el negocio ha comenzado a levantarse.
“‘Al mal tiempo, buena cara’, eso me ha tocado a mí”, dijo recitando el adagio popular para referirse a su actitud.
Calles es de una actitud afable y rápida para conectar conversación. En su tierra natal, cuenta que tan solo estudió hasta el segundo grado. A los 8 años de edad comenzó a vender chocolate junto a su abuela. Ella le enseñó a preparar el cacao con azúcar y canela, el cual llevaban al molino.
Luego embolsaban las tabletas y las ofrecían en el mercado. A los 15 años, ella instaló su propia venta de chocolate, después de haberse subido a los autobuses ofreciendo sandía, elotes y mango verde.
“Mi abuela decía que debíamos aprender algo para sobrevivir en la vida”, indicó.
Al enfrentarse al ambiente de inseguridad, en el 2003 decidió emigrar a Estados Unidos.
Desde que llegó estuvo trabajando en restaurantes. Después de 15 años en esos negocios, aprendió a preparar diferentes platillos y lo que anhelaba era tener un local propio.
En el 2018, dejó el último restaurante en el que laboró y se fue a la calle. Tomó una mesa y una plancha. Lo que empezó a vender fueron pupusas de queso, revueltas y frijol con queso.
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“Empecé con dos quesos, un bote de curtido y un bote de salsa; lo que salía (de las ventas), volvía a comprar (en productos)”, aseguró sobre el negocio ambulante que instaló sobre la calle 3rd, frente al supermercado Número Uno, recordando que siempre estaba pendiente de la llegada de las autoridades.
Aunque nunca le tiraron sus productos, detalla que por lo menos en unas 8 veces le tocó salir corriendo de las autoridades municipales. Asegura que alguien les avisaba a los comerciantes y ella tenía que desconectar el gas, subir la plancha a su vehículo y tiraba las demás cosas en donde cupieran.
“Muchas veces me quemé, porque la plancha estaba caliente”, indicó sobre esas andanzas, que dejó cuando su esposo y ella adquirieron a crédito el camión de comida en el que ahora vende platillos mexicanos. “Mi esposo me ha enseñado”, dice sobre el nuevo menú que ofrece a sus clientes.
Las peripecias durante el tiempo que vendió en la calle, asegura que la prepararon para adaptarse a los cambios vividos durante la pandemia.
“Si se puede; si uno le lucha, se puede”, aseguró la comerciante que administra y atiende directamente el negocio llamado Tacos El Güero, camión de comida que se coloca de miércoles a domingo en la esquina de las calles Bonnie Brae y 6th, frente al Selecto Plaza Mall.
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Entre semana, reconoce que la venta es mínima. Entre 2 y 3 pm es cuando tiene su mayor auge con la llegada de empleadores y trabajadores del centro comercial que está a su lado. Sin embargo, los sábados y domingos, son los mejores días porque hay muchos transeúntes.
El camión de comida cuenta con un tanque de agua y un lavamanos para los clientes; los productos están en dos refrigeradores, uno para verduras y otro para las carnes. Asimismo, las salsas verde y roja, guacamole, pepino, rábano, cebolla y cilantro están cubiertos en un contenedor de aluminio.
Ahora, reconoce que no tiene que correr de las autoridades como lo hacía antes, pero sí debe tener todo en regla para mantener su calificación A, que le han otorgado al negocio.
“La necesidad me ha hecho salir adelante y luchar por lo que quiero”, manifestó sobre ese espíritu emprendedor que ha desarrollado pensando principalmente en sus tres hijos de 2, 9 y 14 años.
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En el largo plazo, sostiene que la mayor inspiración es pagar por completo el vehículo y que sea propiedad de la familia. A juicio de Calles, después de tener una venta ambulante de pupusas es un gran logro que ahora disponga de un restaurante rodante en el que ella es su propia jefa.
“Mi meta era tener algo, que no me anduvieran corriendo (las autoridades)”, indicó evocando esas peripecias que ahora le saben a recuerdos que le abrieron el camino para valorar lo que tiene hoy.
“Trato de darle buena cara al tiempo y a los clientes”, concluyó Calles, sin quejarse de la pandemia porque considera que al final las circunstancias externas no pueden alterar su actitud
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