La pandemia empuja a guatemaltecos a vender en la calle en donde los intimidan con insultos racistas
Los Ángeles — La pobreza que dejaron atrás en su natal Guatemala, encontró a Adolfo Castro y Ana Celis varios años después, la que llegó de la mano de la pandemia y con ella apareció también el insulto racial que ha provocado la movilización de la comunidad, saliendo en defensa de estos comerciantes en ciernes.
“Yo tengo miedo”, confesó Celis, detallando que este viernes no salieron a vender porque no se sentía de ánimo, después de la serie de insultos que han estado recibiendo en su vecindario, razón por la que activistas y miembros de la comunidad se concentrarán la tarde de este sábado en Canoga Park.
Esta movilización, que se realizará en el 21800 Gault Street a partir de las 5 pm, surgió para darle calma a estos inmigrantes guatemaltecos, luego de que una mujer llegara incesantemente a insultarlos, incidentes que han sido grabados en cuatro videos y que uno de ellos trascendiera en las redes sociales.
“Todo estaba bien hasta que me dejaron sin empleo”, apuntó Castro sobre las razones que los empujó a colocar un puesto de comida en la calle.
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El mismo día, el 17 de marzo, que él fue despedido a raíz de la pandemia, también dejaron sin trabajo a su pareja, quien laboraba en limpieza de oficinas y casas. En cambio, Castro era mánager de un restaurante, aparte cuenta que ha sido cocinero de comida mediterránea durante ocho años.
Al no tener ingresos, el encierro se tornó pavoroso y reunir $1.950 de renta era un desafío colosal. De manera eventual, Castro iba a realizar algunos trabajos con amigos, pero no era suficiente. Desde que llegó el coronavirus, los pagos del alquiler han sido incompletos. A veces abona $500, $700 ó $900.
“Íbamos a las iglesias en el bus a agarrar comida”, relató Celis, detallando que tampoco ha podido enviarle remesas a dos hijos que tiene en Guatemala, uno de 15 y otro de 14 años.
Con el paso de los días, la escasez se tornó incontrolable. Hubo noches que los alimentos solo alcanzaban para los cuatro niños de la casa, ahí viven uno de 12 años, otro de 9 y unos gemelos de tres meses. Sin embargo, la gota que derramó el vaso fue cuando no tenían para comprar una soda.
“Empezamos a juntar centavitos y no alcanzaba para una soda. Hasta que mi niño dice: ‘Mami, aquí hay una cora’. Le digo yo: ‘Oh, ya la completamos’”, describió Celis sobre ese momento en que todos compartieron una bebida gaseosa. “Así nos matamos la ansiedad, hasta ahí hemos llegado”, agregó.
A pesar de la pobreza, en Guatemala siempre tuvieron algo qué comer. No obstante, esa experiencia los hizo tocar fondo. Así que prestaron una mesa grande, un cilindro de gas y $400 para comprar un cazo. De esa manera, a principios de junio comenzaron a vender chicharrones y carnitas en la calle.
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Al realizar un recorrido por su negocio, pudimos darnos cuenta que el menú ahora incluye tacos y pupusas; durante esta visita, tenían también caldo de pollo bajo las dos carpas que los cubre de los intensos rayos del sol, una de ellas fue donada y la otra la compraron con las ventas realizadas.
“Venimos 6 días a la semana, de martes a domingo”, detalló Castro, asegurando que por lo general se instalan en la calle desde las 8 am hasta las 9 pm, a veces se quedan hasta las 10:30 pm.
“Póngale que si nos queda $60 o algo (más), es para la comida de nosotros, hagamos de cuenta que para la renta no nos queda nada”, indicó Celis, advirtiendo que para el último día de agosto la deuda del alquiler del apartamento en donde viven se elevará a $10 mil.
En una hielera, tienen la salsa y curtido para las pupusas, ahí mismo está la carne para los tacos. En una mesa, junto a la plancha tienen las salsas verde y roja, y los platos desechables. A un lado, han colocado el refresco de piña natural que ellos mismos preparan. Asimismo, venden sodas y botellas de agua.
“¿Qué tienen hoy?”, preguntó una mujer que se bajó de su vehículo, decidiéndose por unos tacos, cuya tortilla es hecha a mano en el momento que el cliente los pide.
Al mismo tiempo que estos emprendedores salieron a la calle, una vecina anglosajona apareció en una silla de ruedas con motor profiriendo insultos racistas. Es recurrente que la mujer se de la vuelta por el negocio entre dos o tres veces al día. Al principio, esta pareja se ausentó hasta 15 días.
De acuerdo a los inmigrantes, en una ocasión la mujer tiró una piedra que golpeó en el pie de Celis; sin embargo, lo peor ocurrió hace dos semanas, cuando la anglosajona apareció de repente y tiró una bolsa de excremento que se desparramó en los implementos que estos guatemaltecos tienen sobre la acera.
“A mi todo se me nubló”, dijo la guatemalteca de 33 años, detallando que casi se desmayaba al sentirse impotente por lo sucedido.
La intimidación ha sido continua, a veces apenas están colocando sus mesas y carpas cuando la mujer aparece. En una ocasión, estaba con los comerciantes el niño de 9 años y la anglosajona dijo que “ojalá que nos deportaran a México y que nos mataran, y que nos metieran en un hoyo”.
Al irse la mujer, relató Celis que el niño rompió en llanto y dijo: “No quiero que nos deporten”.
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El ataque del que son víctima se corrió entre la comunidad y el video que grabó una persona fue divulgado en las redes sociales de la organización Las Calles del Valle, quienes han convocado la protesta para esta tarde en el mismo lugar en donde estos inmigrantes venden comida.
“Ustedes no entienden que es absolutamente ilegal (vender comida)”, se oye decir a la mujer en uno de los videos, agregando que los comerciantes no tienen licencia de las autoridades para hacerlo.
“La policía va a removerlos”, vociferó la anglosajona.
Al trascender los videos en las redes sociales, los medios de comunicación se acercaron al vecindario. Durante esta semana, los inmigrantes aseguran que la mujer no se le vio por ningún lado.
De acuerdo a Sebastián Araujo, co-fundador de Las Calles del Valle, se comunicaron con la estación de policía local para presentar una denuncia por acoso racial, pero les indicaron que como no es algo que pasó en el momento de la llamada, entonces “dijeron que no se podía hacer nada”.
Eso los impulsó a convocar a la comunidad y presentarse a protestar en ese vecindario de forma pacífica, con el objetivo de enviarle un mensaje a la mujer anglosajona y otras personas que puedan tener la misma mentalidad que ella.
“Vamos a tratar de intimidarla, para que sepa que hay toda una comunidad detrás de nuestros vendedores, que sepa que está viviendo en una comunidad en donde hay mucha gente morena y negra”, manifestó Araujo, exhortando a las personas que deseen sumarse a la movilización.
En un informe publicado esta semana, la Comisión de Relaciones Humanas del condado de Los Ángeles dio a conocer que entre enero y julio de 2020 les han reportado 256 crímenes e incidentes de odio, asimismo señalan que entre el 2013 y el 2018 hubo un incremento del 36%.
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Por esa razón, esa institución gubernamental ha lanzado una campaña para que la población denuncie estos actos de odio llamando a la línea telefónica 211, también se puede hacer por medio del sitio web lavshate.org, en donde se puede hacer un reporte.
Robin Toma, director de la Comisión de Relaciones Humanas, dijo a Los Angeles Times en Español que la campaña busca “mandar un mensaje para toda la gente que ha sido victimizada por un acto de odio, para decir que estamos unidos en contra del odio, la discriminación y la hostilidad a base de prejuicios”.
Al mismo tiempo, Toma señaló que han creado una red de socios comunitarios para responder de forma rápida, es decir que al recibir una denuncia de una tienda o un supermercado en donde ha ocurrido un acoso o intimidación, ellos se movilizan para ejercer presión y se detenga el hostigamiento.
La manifestación pública de este problema de antaño, sostienen académicos, se debe a que desde la Casa Blanca se han estimulado los mensajes que promueven el insulto, intimidación y ataques en contra de otra persona con un perfil racial.
“Sin duda, la administración por sus acciones, por sus omisiones, ha alimentado una cultura de odio y de racismo en este país, que permite que una persona en la calle insulte a otra”, aseguró Miguel Tinker Salas, profesor de Estudios Latinoamericanos del Pomona College.
En ese contexto, el investigador cuestiona que el presidente Trump no condene a grupos supremacistas ni los actos ocurridos en Carolina del Sur o Wisconsin; en ese sentido, considera que iniciativas como las que se impulsan en Los Ángeles se deberían replica a todo nivel en contra del racismo.
“Es un reconocimiento oficial de la realidad, que el tejido social de la ciudad, el condado, la nación, se está fracturando; creo que es importante reconocerlo y tratar de tomar medidas para que sepamos y entendamos esta realidad, esta triste realidad que enfrenta el país”, apuntó Tinker Salas.
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La odisea de los últimos dos meses le ha quitado la paz a estos guatemaltecos. A pesar del acoso, ellos han salido a vender con cierto temor.
“Lo que pienso es en mis hijos”, sostiene Celis, quien salió de su natal Mazatenango en el 2006. Ella vivía en una aldea del municipio de La Máquina, en donde su techo era una casa cubierta de plástico. Allá dejó un hijo entonces de un año y otro de dos meses, ahora tienen 15 y 14 años.
En cambio, Castro abandonó Sololá en el 2008 para reunirse con un hermano. En su aldea, vecina con el departamento de Suchitepéquez, la gente vivía de la agricultura. A los 12 años dejó la escuela y se puso a sembrar maíz y frijol. También llegó a tener un toro que compró en $103 y luego vendió en $363.
“Al día ganaba 50 quetzales”, señaló sobre el ingreso que equivale a $6 diarios, lo que le impulsó a emigrar cuando tenía 15 años, en parte motivado porque su hermano enviaba remesas a la familia y tenía cierta comodidad que en su tierra carecía. “Sabe qué, le dije a mi papá, yo me voy”, relató.
La adaptación a este país fue paulatina. De alguna manera la vida les sonreía a ambos.
Celis en un principio trabajó en restaurantes y antes de la pandemia llevaba varios años laborando en limpieza. En las noches iba a oficinas y en el día a viviendas. “Casi no dormía”, aseguró.
En cambio, Castro toda su vida en suelo estadounidense ha laborado en restaurantes. Al principio como lavaplatos y luego como cocinero. Así aprendió a elaborar platillos de comida mediterránea. En marzo, cuando se emitió la orden de quedarse en casa, él era mánager de un establecimiento de comida.
“Hacía horas extras, trabajaba 50 o 55 horas a la semana, con eso tenía para pagar la renta, todo estaba bien hasta que me dejaron sin empleo”, apuntó el inmigrante de 28 años.
En la actualidad, con la venta de comida que han establecido en la calle apenas sacan ganacias. El jueves, el último día que trabajaron, generaron unos $150 después de casi 12 horas que estuvieron ofreciendo sus platillos y bebidas.
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Con la movilización de esta tarde, los activistas también están invitando a la comunidad a que consuma los productos de estos comerciantes, algo que pueda levantar un poco más la economía de esta pareja.
“Lo único que yo quiero es que esta señora ya no nos moleste más”, sostiene Celis, describiendo que sus plegarias son también para que este negocio crezca en clientes y les permita suplir sus gastos básicos de renta y utilidades, algo que en este momento no pueden cubrir.
“Más adelante vamos a sonreír, hoy son lágrimas, pero mi fe no la pierdo, sé que vamos a salir de esta, aunque nos estén haciendo lo que nos estén haciendo”, concluyó la inmigrante guatemalteca.
La movilización y muestra de solidaridad con esta familia se realizará hoy a las 5 pm, en el 21800 Gault Street, en Canoga Park. Las personas que deseen ayudar pueden ir a la cuenta creada en el portal GoFundMe a favor de estos comerciantes.
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