El braille está en todas partes, pero la mayoría de los niños ciegos no pueden leerlo; esta competencia busca cambiarlo
La aspirante estaba sola, en una mesa cuadrada plegable en el centro de la inmaculada sala de estar de su maestra. Las pantimedias que llevaba puestas susurraban al pisar el afelpado tapete blanco; las manos se apoyaban sobre una Perkins Brailler azul, algo así como una cruza entre una máquina de escribir manual y la máquina de un taquígrafo judicial.
Decir que la Brailler es ruidosa es quedarse corto. La fuerza necesaria para grabar en papel braille produce un ruido menos parecido al de la escritura y más a los disparos repetidos de una pistola de aire comprimido.
“Es realmente ruidosa”, afirmó la contendiente Lynn Wu, quien en ese momento era una estudiante de primer año en Tesoro High School, en el condado de Orange y finalista en el vigésimo Desafío Braille anual, un escaparate para los estudiantes invidentes más talentosos de Estados Unidos y Canadá.
El Concurso Nacional de Ortografía Scripps y otros torneos académicos de marcas reconocidas se cancelaron en marzo pasado debido a la pandemia, pero los organizadores del Desafío Braille siguieron adelante, y convirtieron el campeonato de un fin de semana en 50 certámenes individuales -la mayoría de ellos en julio-, organizados por supervisores en su hogares.
Esto es lo que llevó a Lynn a la casa de Laguna Niguel de su ex maestra Rachel Heuser, quien había pegado un póster en su garaje para darle la bienvenida a Lynn a la final.
“No sé si puedes verlo; hay puntos. Representan las [letras] en Braille ‘GD’, y en Braille, GD es ‘good’ (bueno)”, explicó Lynn mientras se abría camino.
“¡Buenos días, Lynn!”, rezaba el letrero, en una tipografía de 600 puntos y en sistema braille. “¡Buena suerte hoy; que te diviertas!”. “‘Hoy’ (today) es ‘TD’”, continuó Lynn. “Se llaman contracciones de palabras cortas; son simples”.
Al igual que el concurso de ortografía, el Desafío Braille es una prueba tanto de conocimiento como de fuerza de voluntad. Sin embargo, la tensión es en gran medida extrínseca: incluso si las competencias regionales de este año pudieran celebrarse en público, la mayoría de los observadores las encontrarían indescifrables.
Un teclado qwerty estándar tiene 104 teclas. El de una Brailler tiene nueve (seis celdas en braille, una tecla de retroceso y dos barras espaciadoras) que juntas pueden codificar 26 letras latinas, 10 números arábigos, dos docenas de signos de puntuación germánicos y 200 signos y contracciones de palabras. Puede producir siete volúmenes de Harry Potter, los cinco libros de Moisés y una copia de “Hamlet” de tres libras y media.
“No es tan difícil”, aseguró Lynn, estudiante sobresaliente y aspirante a abogada. “Cuando dependes de algo, es más fácil aprenderlo”.
Aunque el dispositivo parece ridículamente analógico, “todos los niños aprenden con una Perkins Brailler”, comentó Yue-Ting Siu, docente que dirige el programa de discapacidad visual en el estado de San Francisco. “Habla de cómo el aprendizaje de los niños ciegos es único, en comparación con los pequeños con visión normal”.
También habla de cuándo y cómo los chicos ciegos ingresaron a las escuelas públicas, y por qué su larga permanencia allí no produjo los mismos logros obtenidos por los estudiantes sordos, autistas y aquellos con otras discapacidades.
Lynn tiene 14 años. La Perkins Brailler tiene 70; hizo su debut en 1951, en medio de una “epidemia de ceguera”, causada por la oxigenoterapia para bebés prematuros, que obligó a la rápida integración de los estudiantes con discapacidad visual en las aulas estadounidenses. Para 1960, cuando el último de esta cohorte ingresaba al jardín de infantes, más de la mitad de los alumnos ciegos podían leer y escribir guiones táctiles.
Hoy en día, menos del 10% de los estadounidenses con discapacidades visuales lo hacen, lo cual tal vez sea un shock para muchas personas videntes, que encuentran el braille por todas partes. De hecho, los puntos de braille en los parquímetros, los letreros de los baños y los cajeros automáticos ya eran ilegibles para la mayoría de los invidentes del país cuando la Ley de Estadounidenses con Discapacidades, de 1990, los colocó allí.
Esta fuerte disminución en la alfabetización táctil impulsó al Braille Institute, una organización sin fines de lucro con sede en Los Ángeles, que sirve a personas ciegas y con poca visión, a lanzar su Desafío Braille, en 2000.
“Hasta el Desafío Braille, los pequeños simplemente no tenían suficiente acceso a la tecnología”, comentó Siu. “En este momento, con toda la tecnología disponible, es más fácil que nunca poner ese sistema en los dedos de un niño”.
Sin embargo, la ceguera sigue siendo una desventaja tan profunda que puede empujar incluso a alumnos brillantes y privilegiados, como Lynn, hacia abajo en nuestro estratificado mundo académico. Los estudiantes con discapacidad visual terminan la preparatoria a una tasa menor al 50% en comparación con los niños videntes, e incluso quienes obtienen una licenciatura encuentran trabajo con mucha menos frecuencia que sus pares con la posibilidad de ver. En California, solo los aprendices de inglés, los niños sin hogar y los jóvenes en cuidados de crianza obtienen peores resultados.
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“Cuando me quedé ciega, estaba confundida acerca de cómo funcionaría la escuela”, reconoció Lynn. “Solo con lo auditivo no puedes revisar lo aprendido antes y tampoco leerlo por tu cuenta. Las matemáticas son muy difíciles de hacer. Estoy en el cuadro de honor de álgebra y trigonometría; creo que sería imposible sin el braille”.
Esta es la razón de ser del concurso, el motivo por el que el Desafío Braille siguió adelante con sus finales de 2020 cuando otros torneos académicos fueron cancelados. Si bien los obstáculos que enfrentan los jóvenes sin hogar y de crianza son complejos, los que encaran los niños no videntes son simples. Muchos expertos creen que lo que separa a quienes triunfan de quienes fracasan no son las circunstancias, ni siquiera la determinación; es el braille.
En 1972, la Corte Suprema extendió las protecciones de Brown vs. la Junta de Educación, el fallo histórico de integración escolar, para los estudiantes discapacitados. En 1974, la Sección 504 de la Ley de Rehabilitación declaró ilegal que alguna entidad que recibiera fondos federales excluyera a cualquier “individuo calificado” debido a una discapacidad.
En 1975, la Ley de Educación para Todos los Niños Discapacitados -ahora llamada Ley de Educación para Personas con Discapacidades (IDEA, por sus siglas en inglés)- otorgó a estos estudiantes el derecho a aprender en las escuelas públicas. El principal mecanismo de aplicación de IDEA es un documento llamado “plan de educación individualizado” (IEP).
“He estado asistiendo a mis reuniones de IEP desde séptimo grado”, comentó Lynn. Los funcionarios generalmente comprenden sus pedidos de adaptaciones, “pero no sé si tienen experiencia con estudiantes con discapacidad visual”.
Las discapacidades visuales son raras en comparación con el autismo, el TDAH o la dislexia. La sordera es igualmente poco común, sin embargo, la ley considera que el lenguaje de señas estadounidense es solo uno de varios métodos aceptables de instrucción. El braille, por el contrario, es obligatorio para todos los alumnos con discapacidades visuales, excepto cuando dicha instrucción sea “inapropiada”, como para aquellos que son demasiado pequeños para leer o para quienes tienen discapacidades concomitantes que vuelven inalcanzable la alfabetización.
La tutoría podría ser la solución a las pérdidas de aprendizaje provocadas por el cierre de escuelas por el coronavirus. Pero los estudiantes que más lo necesitan tienen menos acceso.
Sin embargo, hoy, solo el 16% de los estudiantes que podrían aprender braille lo hacen. Tal como muchas otras discapacidades, la ceguera existe en un espectro: la mayoría de las personas que se consideran totalmente ciegas pueden ver algo de luz, color y forma, y muchas encuentran accesibles las letras grandes. Pero hay una gran cantidad que técnicamente pueden “ver” la letra impresa y se esfuerzan dolorosamente para leer, o pierden esa capacidad con el tiempo.
Lynn es un buen ejemplo: aunque nació ciega de un ojo, no conoció el braille hasta que perdió la vista por completo, en cuarto grado.
“Algunos maestros piensan que si alguien puede leer en letra impresa, hay que enseñarle a escribir”, afirmó Arielle Silverman, investigadora y consultora de discapacidades, quien también es invidente. “Pero he conocido al menos a dos docenas de personas que desearían haber aprendido braille desde más jóvenes. Nunca he conocido a nadie que diga: ‘Me enseñaron braille cuando tenía cinco años; ojalá no hubiera sido así’”.
Tanto el sistema de escritura como el braille tienen sus paladines, y la tecnología los ha hecho más accesibles en los últimos años. Sin embargo, a “un número significativo” de lectores ciegos -hasta un 20%- tampoco se les enseña nunca, sino que aprenden completamente a través de medios de audio. Varios expertos afirman que no pueden imaginar un escenario en el que la instrucción solo auditiva se considere “apropiada” según la ley. Pero para los estudiantes no videntes, la decisión depende de un grupo cada vez más pequeño de profesores para discapacitados visuales.
“No somos muchos”, reconoció Keith Christian, un supervisor del Desafío Braille y docente galardonado de estudiantes con discapacidad visual en el condado de Orange, quien es ciego. “Soy muy afortunado de tener un salón de clases. Otros trabajan con los niños de manera itinerante”, lo cual significa que van de escuela en escuela, a veces en diferentes distritos, y se reúnen con sus alumnos en las aulas ordinarias. “Es un desafío realmente grande, porque necesitamos que estos chicos asimilen”.
La opción de los maestros itinerantes se introdujo en la década de 1960, como parte de un programa educativo ad hoc anterior a la integración legal. Aparecieron en un momento en que la ceguera era mucho más común en los chicos de lo que había sido o volvería a ser, como parte de un sistema de ayuda a los distritos para asimilar rápidamente a los estudiantes que habían sido excluidos durante todo el siglo anterior. Cuando el Congreso creó el derecho a “una educación individualizada y apropiada” para los alumnos discapacitados, el sistema para educar a los invidentes ya se había estancado en torno a las necesidades de los administradores.
Hoy en día, la mayoría de los estudiantes ciegos y con discapacidad visual en California aprenden con maestros itinerantes, algunos de los cuales tienen un número de casos casi 10 veces superior al máximo recomendado por el estado, según los expertos. Muchos de estos profesores son a su vez estudiantes, que trabajan con licencias de pasante o de emergencia, a veces sin supervisión, a menudo antes de ser expertos funcionales en braille o sin la capacitación para evaluar si sus alumnos deben aprenderlo. Prácticamente ninguno trabaja por debajo del doble de su capacidad, según lo definen las normas revisadas de 2014 de California.
Legalmente, la escasez de profesores no debería afectar el formato de aprendizaje de los estudiantes. Pero a nivel funcional, a menudo lo hace. Para quienes confían en el braille, el Desafío ayuda a reforzar la “educación pública gratuita y apropiada” garantizada, pero que rara vez se brinda por ley. “Si compites, te da un punto de vista, un punto de referencia de cómo te comparas con otras personas”, expuso Lynn. “En mi escuela, solo yo uso braille, así que no sabía si era rápida o no, o si era competente o no. No tenía a nadie con quien compararme”.
Fue una declaración notablemente adulta para una niña que celebró el final de sus exámenes del Desafío Braille rodando en el césped con un cachorro guía llamado Zamboni. “¿Es lindo?”, Lynn le preguntó a su hermana Lauren, de cuatro años, quien chilló de alegría cuando el perro lamió su mano. “¿Te dio un beso?”.
Los expertos dicen que la actitud no es inusual entre los adolescentes de la Generación Z y sus familias. Aunque el Desafío Braille es un nicho por definición, los concursos de ortografía y otros deportes mentales son más populares entre los zoomers (miembros de la Generación Z) que en cualquier generación anterior. En un año típico, 11 millones de estudiantes de preparatoria luchan por un asiento en el Concurso Nacional de Ortografía Scripps, 2.5 millones compiten por el Concurso de National Geographic y al menos 100.000 luchan en el desafío de matemáticas Mathcounts, y esas son solo las competencias que se televisan.
Freedom Schools (Escuelas de la Libertad) es un programa de alfabetización y enriquecimiento cultural para jóvenes en los grados K-12 en comunidades donde el enriquecimiento académico de calidad es limitado.
“Algunos de estos niños están en escuelas de alto rango y muchos recursos, y los padres aún así afirman que la escuela no hace lo suficiente”, comentó Pawan Dhingra, profesor de estudios estadounidenses en Amherst College y autor de “Hyper Education: Why Good Schools, Good Grades, and Good Behavior Are Not Enough” (Hipereducación: Por qué las escuelas, las buenas calificaciones y el buen comportamiento no son suficientes). “Si no confía en la escuela para la educación de su hijo, tiene que hacerlo usted mismo. Las competencias académicas se convierten en un gran lugar para ello”.
La pandemia parece haber cimentado esas creencias, a pesar de las muchas cancelaciones aplastantes en 2020. Con algunas excepciones destacadas, la mayoría de las competencias volverán en 2021, siguiendo prácticamente la misma guía que trazó el Desafío Braille el año pasado, cuando hizo sus finales por vía remota. El Concurso Nacional de Ortografía Scripps lanzó su propio sistema de pruebas en línea, mientras que Mathcounts y otros concursos STEM de prestigio adoptaron la plataforma de competencia digital Art of Problem Solving.
“Creo que antes no había tanta vida social alrededor de las competencias. Así que, en cierto modo, es un regreso a eso, pero en una era muy diferente”, comentó Shalini Shankar, profesora de antropología y estudios asiático-estadounidenses en la Northwestern University, autora del libro “Beeline: What Spelling Bees Reveal About Generation Z’s New Path to Success” (Beeline: Qué revelan los concursos de ortografía acerca del nuevo camino al éxito). “Creo que va a funcionar mucho más como un puro torneo de educación”.
Las regionales del Desafío Braille suelen ser un asunto de todo el día, una de las pocas oportunidades que tienen los niños como Lynn para socializar con compañeros con discapacidad visual. Rivales amistosos desde San Diego hasta Santa Bárbara acuden en masa a Fullerton para poner a prueba sus habilidades en velocidad y precisión, ortografía, corrección de pruebas, comprensión de lectura y tablas y gráficos. Los novatos son bienvenidos. La atmósfera se llena de Coca-Cola sin gas, nervios adolescentes y globos inflados en exceso.
Los organizadores intentaron infundir entusiasmo en la ceremonia de entrega de premios del Desafío Braille, transmitida en vivo por YouTube. Pero durante la pandemia, sin la pizza tibia y el reencuentro con las amistades, todo parecía de repente una cuestión de gente madura.
“Por desgracia, casi dos tercios de todas las personas con discapacidades en edad para trabajar no están en la fuerza laboral”, le remarcó a los ganadores David D’Arcangelo, director de la Comisión de Massachusetts para Ciegos. “Quiero que estén en la fuerza laboral porque creo que eso conlleva una mayor dignidad, más independencia y más oportunidades de prosperidad. Sus habilidades de alfabetización en braille los acercan un paso más en su camino hacia el empleo”.
Cuando Lynn ganó el tercer lugar, unos minutos más tarde, ni siquiera hubo aplausos. Ella fue una de los 10 finalistas seleccionados entre cientos de competidores. Sin embargo, para ella y otros zoomers, el atractivo de la temporada de concursos nunca ha sido más fuerte.
“No hay otro torneo como éste”, aseguró. “Es una gran experiencia”. Además, Lynn ya está tomando exámenes de práctica para las regionales de 2021, que comienzan este mes.
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