Los padres creen que sus hijos han sido ‘sustancialmente perjudicados’ por el cierre de escuelas, según una encuesta
Una encuesta anual sobre la calidad de vida reveló marcadas diferencias por estatus socioeconómico, contando una “historia de dos L.A.”
Los residentes del condado de Los Ángeles calificaron la educación como uno de los peores -entre varios- factores que afectan su calidad de vida, mostrando así una de las mayores caídas en los últimos años entre los padres de niños que asisten a escuelas públicas, según una encuesta realizada por UCLA.
Más de las tres cuartas partes de los padres en el condado con hijos de cinco a 18 años creen que estos se han visto “sustancialmente perjudicados”, académica o socialmente, por estar fuera de la escuela y tener educación a distancia durante meses.
“Es un gran número”, afirmó Zev Yaroslavsky, director de la Iniciativa de Los Ángeles en la Escuela de Asuntos Públicos Luskin, de UCLA, que publica un índice anual de Calidad de Vida en asociación con la firma de opinión pública FM3 Research. “No es contradictorio; es intuitivo, pero la cifra nos sorprendió a la mayoría de nosotros, y fue en todos los grupos demográficos”.
El índice de Calidad de Vida es una puntuación compuesta en una escala de 10 a 100 que refleja qué tan satisfechas están las personas en nueve categorías, y el peso que le asignan a cada una. El puntaje general de este año se mantuvo relativamente estable, en 58 -lo cual significa que los residentes calificaron su calidad de vida general de manera ligeramente más positiva que negativa- pero hubo cambios notables dentro de las categorías y diferencias por subgrupos.
Por ejemplo, los padres de chicos en escuelas públicas dieron a la educación una puntuación general de 52, en comparación con 58 del año pasado, una de las mayores disminuciones en cualquier categoría en los seis años de antigüedad del índice. En gran parte, el cambio reflejó la insatisfacción con la calidad de la educación y capacitación del nivel K-12 para los “trabajos del futuro”.
Pero una gran mayoría de padres aprobaron la respuesta de su propio distrito escolar público a la pandemia.
“Si bien los padres piensan que sus hijos se han visto sustancialmente perjudicados por el aprendizaje a distancia, no necesariamente culpan a su distrito escolar”, remarcó Yaroslavsky. “Las personas que apuestan al sistema tienen una calificación mucho más empática o tolerante de los distritos escolares”.
La medición también puso de relieve las desigualdades por ingresos. El índice de calidad de vida general fue de 49 para aquellos que dijeron que sus ingresos se redujeron “mucho” en el último año, un grupo que representó el 22% de la muestra. La puntuación para el 56% de los encuestados que respondieron que sus ingresos se mantuvieron iguales o aumentaron fue de 62.
Los hallazgos detallados de la encuesta mostraron que el grupo que perdió ingresos significativos experimentó efectos agravados por la pandemia, señaló Adam Sonenshein, vicepresidente de FM3. Fue más probable que estos conocieran a alguien que hubiera dado positivo por el coronavirus, que dijeran que sus hijos se vieron afectados negativamente por el aprendizaje a distancia y que la respuesta a la pandemia fue injusta para gente como ellos. También resultó menos probable que se hubieran vacunado, que tuvieran una opinión favorable de los funcionarios del gobierno y que estuvieran de acuerdo con la afirmación de que Los Ángeles “es un lugar donde quienes trabajan duro y sueñan en grande pueden salir adelante”.
“La pandemia volvió a exponer dos L.A.”, comentó Yaroslavsky. “Hay una parte de nuestra región que fue muy afectada, tuvo un impacto significativo en sus ingresos, en sus trabajos, en la educación de sus hijos, posiblemente en su salud también. Luego está el resto de Los Ángeles, que no fue golpeada de una forma tan existencial. Esos son dos mundos diferentes”.
Rosaura Andrade, de North Hills, ejemplifica el primer grupo. Es una madre soltera de dos hijos y trabaja como niñera fuera de su casa; perdió el empleo y el salario durante los primeros meses de la pandemia, lo cual la obligó a depender de bancos de alimentos y a retrasarse cinco meses en el pago de su renta.
Cuando volvió a trabajar a tiempo completo, se enfrentó a las dificultades de apoyar a sus hijos con el aprendizaje a distancia. Mientras estaba en su empleo, recibía llamadas de los maestros, que le advertían que sus hijos no estaban en clase. Cuando llamaba a su casa para preguntarles a los niños qué ocurría, le respondían que habían perdido la noción del tiempo o se habían distraído con la televisión.
“Me sentí tan impotente, pero tengo que trabajar”, afirmó. “Muchas madres han dejado de hacerlo, pero yo no tengo esa opción... La elección es, ¿me quedo con mis hijos o les doy de comer?”.
Con el aumento de los casos de coronavirus y las hospitalizaciones relacionadas en todo el país, ¿se dirige California también hacia una cuarta ola de la pandemia de COVID-19?
El hijo de Andrade, que comenzó la preparatoria en el otoño como un buen alumno, terminó reprobando inglés y biología, en parte porque no conocía bien a sus docentes y porque estaba demasiado avergonzado para pedir ayuda, relató. Su hija, una alumna de quinto grado muy sociable, expresó pensamientos suicidas. Ambos hicieron terapia durante un año.
Andrade comprende las dificultades que enfrentan los maestros y las escuelas con la instrucción remota, pero “debían haber hecho más y mejor; no sé quién o qué”.
Ada Mendoza, madre de cuatro niños en edad escolar en West Athens, incluido uno con discapacidades de aprendizaje, es una ama de casa cuyo esposo trabaja en la construcción. La pandemia y el aprendizaje remoto también afectaron a su familia.
Mendoza, que no habla inglés y nunca aprendió a usar una computadora o máquina de escribir, tuvo problemas para ayudar a sus hijos a iniciar sesión en sus aulas en línea. El que cursa preparatoria estudia desde un dormitorio, mientras que sus dos hijos menores comparten la mesa del comedor, donde se aburren y se distraen con facilidad. Ella ayuda de forma individual a su hijo que requiere educación especial. “Siguen obteniendo buenas calificaciones, pero siento que el aprendizaje de todos ha disminuido mucho”, reconoció.
Toda la familia se enfermó de COVID-19 en diciembre, y Mendoza desconfía de enviar a sus chicos nuevamente al campus, donde podrían exponerse otra vez al virus. “No sé cuál será la situación el próximo año”, enfatizó. “Ellos están cansados, y yo también”.
Más allá de la educación, la encuesta mostró, como lo ha hecho en años anteriores, una notable insatisfacción entre los jóvenes con el costo de vida en Los Ángeles, particularmente de la vivienda.
Y aunque los latinos han enfrentado mayores dificultades por la pandemia y la recesión, fueron los jóvenes residentes blancos quienes expresaron menos optimismo sobre su bienestar económico y una mayor desaprobación de los funcionarios del gobierno. Entre los residentes blancos de 18 a 49 años, el 38% informó haber participado en una protesta en el último año. “En ese sector es evidente una mayor sensación de frustración, e incluso amargura”, señaló Paul Maslin, socio de FM3, en un comunicado de prensa.
UCLA y FM3 encuestaron a una muestra aleatoria de 1.434 residentes del condado de Los Ángeles, por teléfono y en línea, durante un período de 20 días en marzo pasado. Las entrevistas se realizaron en inglés y español, y los datos se ponderaron para representar la demografía del condado.
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