Opinión: Tepito, el barrio bravo de la Ciudad de México, ‘existe porque resiste’
En 2016, los dirigentes de varias organizaciones de vendedores ambulantes del barrio de Tepito, en Ciudad de México, se reunieron con funcionarios locales con una petición: querían que la nueva Constitución de la capital validara su derecho a vender en espacios públicos. Los vendedores ambulantes argumentaban que eran un sector esencial de la economía urbana. A cambio de su legalización, ofrecían cumplir con las regulaciones y el pago de impuestos.
La imagen de los vendedores reunidos en torno a una mesa con funcionarios públicos no es la que la mayoría del público asociaría con el barrio de Tepito, conocido por ser el centro del mercado negro de Ciudad de México. Situado a sólo unas manzanas al norte del centro histórico de la ciudad, el barrio es sinónimo de anarquía y empresas ilícitas.
Bajo las brillantes lonas de plástico que cubren sus calles, se puede comprar casi cualquier cosa, desde DVD piratas hasta relojes suizos o animales exóticos. También es la base de operaciones de la banda de narcotraficantes y extorsionadores La Unión Tepito y de su rival La Fuerza Anti Unión, cuyas guerras territoriales han provocado un aumento en el número de homicidios.
Los tepiteños, como se conoce a los habitantes de la zona, celebran desde hace tiempo su autonomía. Se han resistido por todos los medios a los intentos de domesticar el barrio mediante la vigilancia policial o el aburguesamiento. El mantra “Tepito existe porque resiste” está pintado en las paredes y es repetido por los residentes. Sin embargo, Tepito no ha sobrevivido por su aislamiento y su actitud defensiva, sino por sus poderosas conexiones.
Durante siglos, los vendedores que han trabajado en las zonas grises de la ley han forjado relaciones con funcionarios del gobierno para mantener sus oficios. Los mercados informales como Tepito persisten con la ayuda de los agentes estatales, no a pesar de ellos.
La asociación entre Tepito y el comercio ilícito se remonta a principios del siglo XX, cuando un mercado de segunda mano llamado el Baratillo (derivado de “barato”) se instaló en la zona. El Baratillo era una institución de la época colonial ubicada originalmente en la Plaza Mayor -ahora Zócalo- que ofrecía ropa, herramientas, muebles y libros. Artículos nuevos, usados y robados se mezclaban indiscriminadamente entre sí, desdibujando los límites entre legalidad y criminalidad. Considerado un adefesio y una amenaza para el orden público, las autoridades coloniales y nacionales expulsaron el mercado del centro de la ciudad. En 1902, el Baratillo se instaló definitivamente en Tepito, entonces un barrio pobre y periférico. El mercado prosperó. A mediados de siglo, el mercado y su barrio se habían convertido en sinónimos, conocidos colectivamente como “Tepito”.
A medida que evolucionaba la economía mexicana, también lo hicieron los comerciantes que ofrecían sus mercancías en Tepito. A principios del siglo XX, junto a los montones de chatarra y muebles viejos, aparecieron signos de la incipiente industrialización del país: cables telegráficos, productos farmacéuticos e instrumentos científicos. En los años 30, los compradores podían encontrar radios robadas, así como marihuana. En los años setenta y ochenta, los vendedores empezaron a especializarse en la fayuca, término coloquial para designar los productos de contrabando que eludían los elevados aranceles y las restricciones a la importación de la época.
Tepito puso televisores, equipos de música y tenis deportivos al alcance de las clases media y trabajadora de Ciudad de México. A finales de siglo, cuando México abrió su economía al mundo, la piratería empezó a llenar los callejones de Tepito. Se afianzaron especialmente los comerciantes coreanos y chinos.
La última evolución de este largo comercio al por menor, el narcotráfico, se ha convertido en un elemento central de la economía de Tepito desde la década de 1990. La organización La Unión Tepito empezó como un negocio de protección, extrayendo pagos de los comerciantes locales a cambio de promesas de protección. Cuando se disparó el consumo de drogas en Ciudad de México y sus alrededores, La Unión se dedicó a abastecer ese mercado. Pero incluso mientras La Unión trabajaba para acaparar el comercio minorista de drogas de la ciudad, seguía inmersa en el negocio principal de Tepito, la piratería.
Para 2020, la organización dominaba el mercado de productos piratas en la capital. Incluso sustituyó a los famosos “Marco Polos” de Tepito, que viajaban a China para conseguir mercancía, haciéndolo ahora con sus propios miembros.
Así como las drogas son simplemente la última iteración de mercancía que se vende en Tepito, las estrategias políticas de sus vendedores -como la cita de 2016 con funcionarios- provienen de una larga tradición de activismo que se remonta a los baratilleros del siglo XIX y principios del XX. Ya en la década de 1840, los vendedores publicaban cartas en los principales periódicos de México defendiendo los beneficios sociales y económicos del Baratillo. Ejercían presión sobre los funcionarios electos para evitar que disolvieran el mercado, reuniéndose con los concejales en sus casas y presentándose en las reuniones.
Las conexiones entre los vendedores y el gobierno municipal de la ciudad, que dependía de las rentas que pagaban los vendedores por vender en las calles y plazas públicas, eran especialmente profundas.
Tras la Revolución Mexicana y la ratificación de la Constitución de 1917, los vendedores de Tepito y otros lugares se organizaron en sindicatos, estableciendo estrechos vínculos con el gobernante Partido de la Revolución Institucional (PRI).
En la actualidad, los comerciantes de Tepito pertenecen a docenas de organizaciones de vendedores, cada una con sus propios vínculos políticos. Los vendedores pagan cuotas diarias a los líderes de las organizaciones, que negocian el acceso al espacio de las calles y aceras con los gobiernos municipales de Ciudad de México. Estos líderes también abogan por reformas más amplias, como la cláusula de la Constitución de la ciudad de 2016 que expresa el derecho de los vendedores a ganarse la vida vendiendo sus mercancías en espacios públicos.
Los grupos delictivos como La Unión Tepito tienen sus propias estrategias políticas, que dependen de la incorporación de policías y funcionarios públicos a sus redes o, con menos frecuencia, de conseguir que sus asociados sean nombrados o elegidos para ocupar cargos en el gobierno local. Mientras que algunos agentes acaban en las nóminas del crimen organizado, otros, especialmente los que ocupan cargos electos, se benefician de alianzas corruptas menos obvias. La economía subterránea es un gran negocio, y la enorme importancia de Tepito confiere a sus vendedores y residentes una gran influencia política.
Ninguna figura actual representa mejor las estrechas relaciones entre Tepito y la arena política que Sandra Cuevas, presidenta de la delegación Cuauhtémoc de Ciudad de México. Criada en Tepito, donde trabajó en el negocio de electrodomésticos de sus padres, su estilo de gobierno tiene mucho en común con la propia personalidad de Tepito. Calificada de “ingobernable” por el diario El País, Cuevas se ha deleitado en su desafío a casi todo el mundo a lo largo de su carrera política. Se ha enfrentado continuamente a Claudia Sheinbaum, exalcaldesa de Ciudad de México y ahora aspirante a la candidatura presidencial. Se ha negado a dar marcha atrás en decisiones impopulares, como quitar los rótulos pintados a mano en los quioscos de los vendedores ambulantes que colorean el paisaje urbano de Ciudad de México y ordenar que se pinte parte del querido arte callejero de la ciudad, incluidos los murales de Tepito.
Cuevas llegó a uno de los cargos electos más altos de Ciudad de México con el apoyo de las organizaciones de vendedores de Tepito. Prometió que pondría fin a las extorsiones de los grupos delictivos que les obligan a pagar hasta 250 pesos al día, aunque se ha acusado a personas que afirman actuar en su nombre y a miembros de su propia familia de exigir ellos mismos tales pagos. También hay rumores, que Cuevas niega, de que tiene vínculos con La Unión.
El ascenso tanto de Cuevas como de La Unión atestigua un aspecto clave del duradero poder de Tepito: la simbiosis entre el comercio ilegal, en todas sus formas, y el Estado mexicano. Aunque Tepito es sinónimo de anarquía y delincuencia, sus comerciantes y residentes trabajan tanto con el gobierno como contra él. Los vendedores contemporáneos, como los baratilleros antes que ellos, aprovechan el valor económico de sus oficios para crear alianzas que protejan sus intereses. En Tepito, la resistencia incluye la capacidad de habitar entre los mundos clandestino y oficial de México, y de explotar los numerosos vínculos que existen entre ellos.
Andrew Konove es historiador de la Universidad de Texas en San Antonio. Es autor de Black Market Capital: Urban Politics and the Shadow Economy in Mexico City.
Esto fue escrito para Zócalo Public Square.
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