Columna: Los científicos y expertos se equivocan a menudo; aun así, deberíamos confiar en ellos
¡Fumar es beneficioso! ¡La bolsa no se hundirá! A lo largo de los años, la desinformación informada ha fluido libremente. Pero no podemos abandonar la experiencia.
Sigo lo que dice la ciencia y confío en los expertos, pero seamos honestos: no siempre les sale todo bien.
Por ejemplo, recientemente nos enteramos de que aunque los especialistas en salud pública habían dicho repetidamente que las vacunas Moderna y Pfizer-BioNTech eran igualmente efectivas, eso no es así. Media docena de estudios, informó el New York Times, ahora muestran que Moderna ofrece más protección.
Ese es solo el error más reciente. No usen mascarillas, nos dijeron al principio, hasta que cambiaron de opinión. Es poco probable que personas asintomáticas transmitan el COVID-19; oh, vaya, finalmente sí lo transmiten. Limpien todos sus paquetes y compras; bueno, no, en realidad no es necesario.
Hace unos días, molesto por el cambio más reciente, de repente recordé un libro que había tenido en mi estante durante los últimos 37 años, titulado “The Experts Speak” (Los expertos hablan), un enorme volumen de casi 400 páginas escrito en 1984 por Christopher Cerf y Victor Navasky, que afirma ser el “compendio definitivo de desinformación autorizada”.
Navasky y Cerf se propusieron satirizar a los especialistas del mundo al mostrar cuán equivocados han estado durante los últimos 2.000 años acerca de todo, incluidos, señalaron, hechos, teorías, fechas, geografía, predicciones sobre el futuro, conclusiones sobre el pasado y, sí, hasta afirmaciones sobre el presente. “Estamos dispuestos a admitir que los expertos ocasionalmente tienen razón”, escribieron. “De hecho, algunos de nuestros colegas han argumentado de manera persuasiva que tienen razón la mitad de las veces”.
Bueno, sí, estaban siendo sarcásticos, pero su compendio no es una broma. Aquí hay algunas de las miles de cuestiones mencionadas:
El éxito de la vacunación depende de los sistemas de salud y de las cadenas de suministro en las naciones menos atendidas del mundo.
“Las acciones han alcanzado lo que parece una meseta permanente”, comentó Irving Fisher, profesor de economía de Yale, el 17 de octubre de 1929, apenas una semana antes de la caída del mercado que devastó la economía de Estados Unidos.
“Roosevelt será presidente por un solo mandato”, escribió el columnista político Mark Sullivan en el New York Herald en 1935. Roosevelt fue elegido para cuatro períodos y murió en el cargo en 1945.
“[Copular] es peligroso inmediatamente después de una comida”, escribió el Dr. Bernard S. Talmey en su tratado sobre la “ciencia de la atracción sexual”, en 1919.
“Nunca se realizará un viaje a la Luna hecho por el hombre, independientemente de todos los avances científicos futuros”, destacó Lee DeForest, un inventor estadounidense que a menudo ha sido llamado el “padre de la radio”, en 1957.
“Despejado y más frío, precedido de una ligera nevada”, fue el pronóstico meteorológico oficial de la ciudad de Nueva York para el 12 de marzo de 1888, el día de la enorme tormenta de nieve del ‘88, que mató a más de 400 personas.
“Para la mayoría de las personas, fumar tiene un efecto beneficioso”, afirmó el cirujano de Los Ángeles Ian G. Macdonald a Newsweek en 1963.
Creo que no hace falta ir más allá. El mensaje es claro. No crea todo lo que escucha, incluso de alguien con un título de maestría o doctorado, especialmente cuando predice el futuro. Además, incluso cuando todos los expertos coincidan, es posible que aún estén equivocados.
Pero habiendo dicho todo eso, ¿cuál es la alternativa?
Con el debido respeto a Navasky y Cerf, ninguna cantidad de afirmaciones erróneas de un científico o experto socava verdaderamente el valor del estudio, el conocimiento, la experiencia, la experimentación, la recopilación de datos y el método científico en sí (tampoco creo que los autores quisieran sugerirlo). Y que los especialistas cometan errores no significa que no estén en lo correcto con bastante más frecuencia de lo que se equivocan, o que no sepan mucho más sobre los virus que usted y yo.
A raíz de una iniciativa del condado de Los Ángeles, una coalición de expertos en salud pública de California y otros estados occidentales respalda la oferta de refuerzos de la vacuna COVID.
Lo que a veces olvidamos es que la ciencia y la experiencia no existen en un mundo de verdad y objetividad perfectamente discernibles, sino en uno de incertidumbre. Especialmente cuando se trata de asesorar sobre políticas, las conclusiones de los científicos y las recomendaciones de los expertos se basan, a menudo, en estimaciones e hipótesis, en proyecciones y modelos. Es necesario sopesar la evidencia, conciliar hallazgos contradictorios y emitir juicios, a veces con información incompleta.
Durante la pandemia de COVID-19, los científicos y los legisladores obviamente han estado bajo presión para actuar con rapidez. Al principio, se sabía poco sobre el virus, pero se necesitaban con urgencia recomendaciones de política. Los estudios se aceleraron y se hicieron suposiciones, algunas de las cuales no se confirmaron (actualmente hay más de 360.000 entradas en la base de datos de literatura mundial de la Organización Mundial de la Salud sobre el coronavirus).
Desafortunadamente, los errores, cuando ocurren, dan leña de donde cortar a los escépticos; alientan a los ignorantes a confiar en sus propias observaciones anecdóticas o en las afirmaciones sin fundamento de personas irresponsables de su entorno, en lugar de en fuentes autorizadas.
Es más, los estadounidenses, o al menos un subconjunto de ellos, tienen una larga tradición de desconfiar de la autoridad y de las personas a quienes ven como quisquillosos sabelotodos. El historiador Richard Hofstadter escribió un libro completo en 1963 sobre el “antiintelectualismo” en Estados Unidos, argumentando que muchos creen que su propio sentido común “es un sustituto totalmente adecuado, si no muy superior, al conocimiento y la experiencia formales”.
Los Donald Trump del mundo se aprovechan de eso. “Los expertos son terribles”, afirmó el demagogo en jefe en 2016. Más adelante hizo promesas vacías sobre el COVID, como ésta, en marzo de 2020: “Va a desaparecer, esperemos que a fin de mes”.
Claro, ahora desearía haberme vacunado con Moderna en lugar de Pfizer, pero los datos evolucionan (y esta última es eficaz). Es fácil molestarse por predicciones fallidas y afirmaciones inexactas. Pero descartar los métodos rigurosos, las normas objetivas y la investigación de mente abierta, desestimar la ciencia y la experiencia, equivale al pensamiento de la Edad Media. Es un error mucho mayor que dar vueltas sobre el uso de las mascarillas o sobre qué vacuna funciona mejor.
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