Cuba ya resiente las restricciones de viaje para estadounidenses impuestas por la administración Trump
HAVANA — Cuando un autobús lleno de turistas españoles llegó a su restaurante, en el pintoresco valle de Viñales, a mediados de julio, Rosa Isabel Hernández Pino se sintió agradecida. Pero también algo preocupada.
Ese autobús representaba su última reserva para el verano. Los estadounidenses a bordo de cruceros que llegaban a La Habana conformaban la mayor parte de su negocio. Hasta que el 4 de junio, la administración Trump anunció que los ciudadanos de EE.UU ya no podrían visitar Cuba en cruceros, y también eliminó una categoría llamada viajes grupales de persona a persona.
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Las reservas para el restaurante de Hernández, Doña Rosita, con techo de paja y vistas a los campos de labranza de bueyes y las colinas de piedra caliza del Valle de Viñales, se realizaban a través de agencias de turismo del gobierno, que le pagaban una tarifa negociada de $15 por almuerzo por un plato casero que incluía pollo, carne de cerdo, yuca, arroz y frijoles producidos en la tierra que su familia cultivó por seis generaciones.
Hernández y sus parientes comenzaron a vivir bien con el restaurante después de que el presidente Obama facilitó los viajes a Cuba para los estadounidenses, en 2015. Pero la administración Trump comenzó a revertir esos cambios y, con las nuevas limitaciones, Hernandez afirmó: “Creo que tendré que cerrar el negocio”.
Los nuevos trabajadores del sector privado de Cuba (taxistas, guías turísticos, vendedores de recuerdos, dueños de restaurantes, operadores de hoteles pequeños) ya están sufriendo la crisis.
A medida que más cubanos llegan a la frontera, el presidente Trump los está empujando de regreso a México y deportando a Cuba a pesar de las quejas contra el gobierno de ese país.
La administración Trump sostiene que la política -que aún permite 11 categorías de visitas, incluidas las actividades religiosas o de investigación profesional- tiene como objetivo mantener los dólares estadounidenses fuera del alcance de los militares cubanos, poniendo fin a lo que el asesor de seguridad nacional John Bolton consideró el “turismo velado”.
En un tuit publicado el día en que se anunciaron las restricciones, Bolton dejó en claro que estas también habían sido pensadas como un castigo a Cuba por su apoyo al líder autocrático de Venezuela, Nicolás Maduro: “Cuba sigue apuntalando el régimen ilegítimo de Maduro en Venezuela y será responsable de esa crisis provocada por el hombre. El presidente Trump ya dejó en claro que apoyamos al pueblo cubano y venezolano en su lucha por la libertad”.
Justo después de las 8 a.m., Pura Castell se puso en fila detrás de otras 100 personas que esperaban para comprar muslos de pollo congelados.
En un discurso pronunciado en junio de 2017, en Miami, Trump declaró que sus nuevas políticas hacia Cuba eludirían “a los militares y al gobierno para ayudar al pueblo cubano a formar negocios y tener vidas mucho mejores”.
Sin embargo, una gran cantidad de cubanos afirman que sus negocios privados han decaído a medida que muchos estadounidenses, que gastaban allí de forma bastante liberal, quedan fuera de la variedad de visitantes.
En Fusterlandia, donde el artista José Fuster ha cubierto prácticamente cada centímetro de su hogar y taller de trabajo con mosaicos, y también comenzó a revestir paredes, paradas de autobús y casas cercanas, el vecindario, ubicado en las afueras de La Habana, sufre.
A medida que la instalación de arte de Fuster ganó fama, surgió allí una industria artesanal y sus vecinos comenzaron a vender agua de coco, piñas coladas y todo tipo de recuerdos. “Diría que el negocio bajó un 60% desde que se puso un alto a los cruceros”, detalló Adrián Alberto, un vendedor, sentado en un banco -también con mosaicos incrustados- frente a la casa de Fuster.
“Las ventas han bajado tanto que prácticamente se puede llorar”, repitió otro vendedor, Yoan Perdomo Viort. “Esta calle solía estar tan repleta de autobuses turísticos y taxis que casi no se podía caminar”, dijo. A las 10:30 de una mañana reciente, sólo se veía un autobús turístico y algunos coches estacionados afuera.
“Ha sido un año muy lento”, suspiró el italiano Andrea Gallina, quien dirige Paseo 206, un hotel boutique privado de 10 habitaciones, en una mansión de 1930 ubicada en el distrito del Vedado de La Habana, junto con su esposa, Diana. A principios de 2017, los estadounidenses representaban aproximadamente el 55% de sus clientes. Ahora, precisó, son sólo alrededor del 30%. “La combinación Irma-Trump no ha sido buena”, agregó Gallina, quien dejó su trabajo en el Banco Mundial y llegó a la isla con su esposa cubana en 2012, cuando el ex presidente Raúl Castro comenzó a abrir la economía al sector privado.
El huracán Irma azotó con fuerza la costa norte de Cuba en septiembre de 2017, causando inundaciones generalizadas. A pesar de que el gobierno y los empresarios privados dieron prioridad a la limpieza rápida de los daños en las instalaciones turísticas, muchas reservas se cancelaron y la tormenta frenó la temporada de invierno en 2018. Eso, junto con el accionar de Trump, sembró la confusión, explicó Gallina. “En cualquier mercado, cuando se crea desconcierto, las personas son reacias a visitar”.
Su solución: comercializar más y diversificar su base de clientes para incluir más europeos y latinoamericanos.
“Después de una nueva regulación, la gente tiene miedo. Piensan que es ilegal ir a Cuba”, acordó Camilo Condis, un defensor abierto de la iniciativa empresarial privada en Cuba.
Sin embargo, no es ilegal. Si bien supuestamente los estadounidenses no deberían emprender vacaciones con el único fin de descansar en las playas cubanas, de todas formas pueden viajar a la isla si -conforme las directrices del Departamento de Estado- se involucran en “actividades destinadas a mejorar el contacto con el pueblo cubano, apoyar a la sociedad civil en Cuba o promover la independencia de ese pueblo de las autoridades cubanas, lo cual resultará en una interacción significativa entre el viajero y las personas que residen allí”.
Sin embargo, muchos no están seguros de lo que eso significa. “Para mí, el turismo ya no es un buen sector”, dijo Condis, quien se ganaba la vida rentando un apartamento a los visitantes y trabajando en un restaurante privado en el área portuaria de La Habana llamado El Fígaro. Este año, remarcó, los ingresos en la casa de comidas, ubicada en una calle donde docenas de cubanos abrieron negocios privados, representan aproximadamente el 10% de lo percibido en 2018. Ahora planea vender el departamento, renunciar a su trabajo en un restaurante y trabajar en la construcción.
A pesar de las sanciones de Trump -que sumaron una serie de hoteles propiedad del ejército cubano a la lista de sitios prohibidos para los estadounidenses- las grúas de construcción se elevan sobre los barrios de La Habana que están cerca del mar, y los proyectos de hoteles tanto públicos como de capitales mixtos siguen avanzando.
Alguna vez rechazado por el gobierno revolucionario como burgués, el turismo se convirtió en uno de los generadores de divisas más importantes para Cuba desde la década de 1990, después del colapso de la Unión Soviética y el fin de sus subsidios a Cuba.
Durante el año pico, 2017, la actividad generó $3.200 millones de dólares. Este año, 372.857 estadounidenses visitaron la isla por aire y mar hasta junio, un aumento en comparación con los 266.441 registrados en 2018, según las estimaciones del economista cubano José Luis Perello. El incremento en los pasajeros de cruceros -antes de las restricciones de junio- explicaba gran parte de ese crecimiento.
Perello afirmó que el cambio en la política de EE.UU significó 30.000 pasajeros de cruceros menos, sólo en junio, y el gobierno cubano ajustó este año su objetivo de cinco millones de turistas internacionales a 4.3 millones. En 2018, hubo 4.7 millones de visitantes extranjeros.
En la euforia después de que Estados Unidos y Cuba restablecieran las relaciones diplomáticas, en 2015, muchos cubanos decidieron renovar una habitación en sus hogares o comprar edificios para abrir un emprendimiento, pensando que el flujo constante de estadounidenses durante la administración de Obama continuaría y seguiría en ascenso.
La familia de Hernández gastó alrededor de $6.000 para construir el restaurante en Viñales, ubicado a unas dos horas en coche de La Habana.
Laila Chaabon, una joven diseñadora de moda cubana que abrió una tienda de ropa hace tres meses, también se siente presionada. Trabajaba en una fábrica de ropa en Ecuador, pero regresó a la isla en 2016 para comenzar su propio negocio. Sin embargo, encontrar un edificio que ella y su madre pudieran pagar, y renovar su sala de estar para instalar en ella su tienda, Capicúa, tomó más tiempo de lo esperado.
Capicúa inauguró justo antes de las nuevas sanciones de viaje impuestas por Trump. “Tengo algunos días buenos; otras veces tengo ataques de pánico”, expresó Chaabon, quien vestía jeans y una coqueta camiseta roja de creación propia. “El único consuelo es que el negocio cubre las pérdidas”. De todos modos, si las cosas no mejoran, expuso, será afortunada si su tienda aguanta todo un año.
“Esto ha sido un caos [desde que terminaron los cruceros]. Es trágico para mucha gente”, agregó la guía turística independiente Zoila Alviles. “Muchos de mis amigos empleados en agencias de viajes no han trabajado en todo este verano”.
A los pocos días de las nuevas restricciones, algunos taxistas privados pusieron sus autos a la venta. Otros, que pidieron prestado dinero para comprar vehículos, ahora se preocupan por los pagos.
“Al final, todos los cubanos se ven afectados, no sólo el gobierno o los funcionarios”, expresó Giulio Ricci, economista de la Universidad de La Habana.
Incluso las empresas que no dependen particularmente de los visitantes estadounidenses se han perjudicado. Enrique Suárez, jefe de cocina y propietario del gastropub Tocamadera, en el moderno barrio de Miramar, en La Habana, afirmó que los lugareños ricos constituyen la mayor parte de la clientela en su restaurante para 38 comensales. Muchas personas que viven allí tienen casas o apartamentos que rentan a turistas en La Habana Vieja. Pero a medida que esas ganancias se agotan, ya no salen tanto a comer afuera, relató. “Venían aquí dos o tres veces por semana, y ahora ya no”, explicó Suárez.
Las últimas semanas generaron noticias mixtas de Estados Unidos. Un grupo bipartidista presentó una legislación en la Cámara de Representantes para eliminar cualquier restricción de viaje a Cuba para los ciudadanos estadounidenses y residentes legales. También pondría fin a las prohibiciones sobre transacciones bancarias relacionadas con viajes.
En el Senado, Patrick J. Leahy (D-Vermont), junto con 45 copatrocinadores, presentó la Ley de Libertad de Viaje a Cuba para Estadounidenses. “La política de la administración Trump hacia Cuba no es para nada coherente con sus políticas hacia otros países”, afirmó Leahy. “La libertad de viajar es un derecho. Es parte de lo que somos como estadounidenses”.
Pero el Departamento de Estado de EE.UU expandió en cambio su lista de empresas y organizaciones cubanas prohibidas, y sumó dos hoteles más, controlados por el ejército cubano. “Seguimos comprometidos a garantizar que los fondos estadounidenses no apoyen directamente el aparato de seguridad del estado de Cuba, que no sólo viola los derechos humanos del pueblo cubano, sino también exporta esta represión a Venezuela para apoyar al corrupto régimen de Maduro”, afirmó el departamento.
Whitefield es un corresponsal especial.
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