Mi viaje a Cuba: del entusiasmo revolucionario a la desolación y la tristeza
Argelia ya había ido tres veces a la isla, pero no en este plan. Fue a hoteles y paseos conocidos. Ahora quería ir un mes a casas particulares. Recorrer la isla, conocer a los cubanos en su realidad cotidiana.
He defendido en mi corazón desde que soy joven la legitimidad de la lucha de los cubanos por sostener el derecho a su libertad. La original épica idealista radical de sus fundadores del siglo xx. Sus grandes guerreros y el tesón de mantenerse contra viento y marea. Con esa idea quería ir a ese lugar histórico.
Me emocionó volar ya sobre la gran isla. Ir al corazón mismo. El primer paso a la tristeza fue ver una vida social prendida con alfileres. Todos sufren carencias de cualquier tipo. El salario máximo posible los mantiene en el sótano de la normalidad de vida. Apenas alcanza; seas especialista, técnico, profesor o médico. Hay un tope. El Estado sostiene, como puede, el esquema ideológico. Pero el límite de horizontes posibles ha traído un espíritu generalizado de tristeza.
A medida que más cubanos llegan a la frontera, el presidente Trump los está empujando de regreso a México y deportando a Cuba a pesar de las quejas contra el gobierno de ese país.
Los jóvenes, adolescentes y veinteañeros, son insolentemente explosivos. Toman licor en la playa, en las banquetas, en la guagua, y escuchan a todo volumen el reggaetón totalmente soez. Gritan, bailan y se besan. Todo al mismo tiempo. Andan en grupos, pequeñas bandas dispuestas a comerse la intensidad de cada segundo. Ellos no quieren estar tristes como sus viejos; tampoco serios y concentrados en mantenerse “a pesar de todo”, como sus padres. Sólo desean ser intensamente libres.
Pero cada vez falta menos tiempo para que se den cuenta, y lo saben, que el techo del sótano también está sobre ellos. Y nosotros advertimos que Estados Unidos se complace con crear y subrayar esta pobreza; está imposibilidad de poder dialogar comercialmente con el mundo.
La gran crisis
El chofer de taxi que nos llevaba de Camagüey a La Habana, un cubano treintañero, nos hizo una reseña puntual. El pueblo tenía hambre y no había comida suficiente. Eso duró años. Lo más escalofriante fue el relato de las chuletas de nalga de muerto. El dinero como símbolo puro, sin valor real. A través de los relatos yo fui viviendo un doble proceso contradictoriamente contrapuesto. Y aunque ya no están a ese grado de desastre, ahora se vislumbra la alborada atroz de una nueva crisis.
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Por una parte está la huella auténtica de la lucha. Fidel y el Che son figuras de trascendencia mundial. Su legado es real en Cuba. La educación, la medicina y el deporte, son realidades heroicas. Pero al mismo tiempo, tónicos inútiles para el desamparo y la tristeza de la gran mayoría. Fue doloroso irme dando cuenta, sobre todo, porque mi cuerpo mismo se sintonizó con ese entorno. Y mi digestión, mis músculos y huesos, comenzaron a dolerme en desarmonía permanente. Entonces encontrarme en Cuba fue estar en la tristeza del humanismo imposibilitado, y el centro físico de esa inviabilidad terminaba siendo yo mismo.
En medio de todo este desabasto, sin embargo, uno puede captar el vigor y la chispa del cubano. Son creativos en la sobrevivencia; artesanos reparadores de todo. Dignos, nobles, orgullosos. Muy conscientes de la fraternidad mexicana. En Santa Clara, ya metidos donde late la tumba-mausoleo-estatua del Che, fuimos a dar en una reunión formal de decimeros, nada menos que en el Museo de Artes Decorativas de Santa Clara.
La tarde era caliente y el refresco azucarado que repartieron en vasitos estaba tibio. Pero la emoción era auténtica. Los decimeros convivían en homenaje a alguna circunstancia importante para ellos. El acompañamiento en cuerdas fue genial, exquisito, perfecto. Y las improvisaciones valientes, vibrantes, ingeniosas.
En 2017, Julio Patán y Alejandro Rosas, ambos escritores, historiadores, columnistas y bohemios (entre otras cosas), publicaron el exitoso libro México bizarro (Editorial Planeta), un compendio de 90 historias delirantes, estrambóticas, absurdas, bizarras, que tomaron de la realidad histórica mexicana desde territorios como la política, la nota roja, la farándula, el deporte y la cultura.
Justo es decir que el marco general era de calidad. El Museo de Artes Decorativas de Santa Clara nos regalaba la muestra “Sévres en primavera”, con motivo de celebrarse el Día Internacional de los Museos.
La reunión se cerró con décimas improvisadas con un tema riguroso: tenía que celebrar las porcelanas de Sévres, fundada en 1740 con el apoyo de Luis XV y Madame de Pompadour… Y para luego es tarde, con voces que iban de los graves a los agudos con determinación impetuosa, las décimas cantaron y contaron el honor de convivir con delicias de porcelana. En su música, en esa pasión que les nace del alma hacia el cuerpo, los sonidos y al canto, son una liberación gozosa inevitable. A pesar de los pesares.
También en Santa Clara caímos una noche en el Bar de la esquina neurálgica del centro, donde una banda de veteranos, nos compartió la gracia de sus ritmos insuperables. Esos valores ahí están, son imbatibles. No pudimos resistirnos a bailar. En eso Argelia y yo somos iguales.
Siempre una corriente de alegría los lleva a la sonrisa, a pesar de todo. Uno pronto llega a apreciarlos. Pero mi cuerpo no iba bien, y a mitad de la isla, en Camagüey, donde el calor es rudo, Argelia tuvo una molestia que sorpresivamente nos llevó a un hospital. Es cierto que toda la atención que brindan es gratuita. Todo cubano es atendido de cualquier cosa que tenga. El único problema es que la demanda de atención siempre sobrepasa la capacidad de respuesta y que los medicamentos escasean.
Sin embargo, los médicos son heroicos. Los vimos solucionando avalanchas humanas. Eso, y mis malestares, decidieron el regreso, y suspender Olguín y Santiago de Cuba, en el corazón del Caribe. De vuelta a La Habana fue el gran diálogo con el cronista de la verdadera historia de la sociedad cubana. El taxista con el que viajamos siete horas de carretera.
En el centro de la tristeza
Regresar de Camagüey ya derrotado por el sol, el estómago, la cadera y las costillas; zarandeado por los bicitaxis y las carretas autobuses urbanos a punta de caballo, fue una retirada estratégica dramáticamente necesaria. El taxi que nos llevaba de regreso era pequeño y sin amortiguadores traseros. La plática con el desenvuelto y amable taxista pronto fue superior, y a la vez una confirmación, de estar en el corazón de la tristeza. Él fue “el cronista”, consciente desde la gran crisis del 95, cuando el derrumbe del bloque socialista dejó de ser el apoyo definitivo de todo.
Universitario brillante, interrumpe sus estudios porque sabe que puede ganar más por su propia iniciativa que esforzándose por un título que será pobremente remunerado. Experto en sobrevivencia por medio de “luchas” variables, aunque todas ellas legales. Porque nos explicaba que en los cubanos es común “hacer la lucha” ilegalmente, a las estrictas reglas del Estado. Sacar pequeñas ganancias ilegales, vendiendo lo que no deberían, y cosas por el estilo.
Ojo crítico infalible con la autoridad completa de su vida. Nos ratifica: El bloqueo es doble. Nosotros, en este caso Argelia y yo, somos muy conscientes del bloqueo imperialista, pero no conocíamos la vivencia cubana de un bloqueo “interno”, establecido por los topes económicos y satisfactores pobres. Una sociedad que ha tenido que aceptar como destino el sufrimiento, en medio de un hermoso sentido de dignidad empobrecido. El diálogo nos lo iba mostrando. Y en el recorrido por los campos podían verse tres o cuatro vacas que se asoleaban solas.
En la carretera no te salvas de la mala suerte de ir atrás de un camión o transporte cualquiera que va dejando una nube negra para que la respires. Los cubanos ya no se inmutan; no sé desde cuándo o desde siempre han respirado monóxido de carbono en sus mejores plazas. Pero todos luchan porque son cubanos; y ellos tienen imaginación, magia y ritmo. Eso, ni la tristeza se los quita. Llegar a La Habana fue reafirmar la paradoja.
Habíamos estado en Guanabo, cerca de La Habana, pero no en La Habana. La arquitectura del primer cuadro de la parte vieja es un viaje a otra dimensión del tiempo y de la historia, donde el pasado arquitectónico es un lenguaje vivo, que abruma de presencia, de barroquismo majestuoso de piedra. Y recuerdo el libro sobre el rescate arquitectónico de La Habana que leí en Playas de Guanabo. Unas reconstrucciones que resucitan estilos de belleza perdidos en el tiempo. Caminamos en la noche hacia el Capitolio y el estallido de gozo de los edificios nos envolvió. Pero cuando estás dispuesto a aceptar el éxtasis, comprendes que estás ante un escenario, porque las calles aledañas son túneles oscuros en reconstrucción indefinida. Al fondo de la oscuridad de las calles perpendiculares a las sombras en que caminas, los jóvenes cubanos juegan violentamente a rebotar una pelotita en un edificio de la calle.
Ahora comparto una experiencia sumamente positiva en sí misma, aunque no tengo idea de su real repercusión en la sociedad completa, pero que no deja de ser muy interesante: En Cuba, los libros son muy baratos. A veces exageradamente baratos. En los primeros días que estuve en Guanabo compré y leí dos libros de queridos amigos: Oscar Wilde y Julio Cortázar que me deleitaron. Al cubano le gusta el arte y la cultura; y eso, se nota. El cubano se interesa por todo, con sensibilidad propia.
Y de alguna forma a la que no puedo negar un tinte heroico, ha resistido, sin volver el rostro, el inhumano asedio del imperio más poderoso de la tierra.
Esa tristeza no es sana
Ya de regreso, reflexiono sobre la lección de Cuba. Las referencias válidas para mi, de la realidad aplicada de las secuelas marxistas de fines del siglo xx, son, el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional y la Revolución Cubana. Y las dos han gozado siempre de mi atención y apoyo. Con este viaje a Cuba se completa un proceso de autocrítica de mi aprecio. Ahora puedo ver estos dos movimientos en sus límites autoimpuestos. El EZLN al casarse con la utopía de átomo de paraíso; y a la Revolución Cubana, como un camino inevitable de tristeza.
Es en este contexto donde de forma natural viene a mí la cuarta transformación de la sociedad mexicana, como un puente en medio de dos abismos: el de la Hidra, que bien señala el EZLN, y el de la confrontación intransigente de ideales que se llevan entre las patas a la gente común. Una vía intermedia que rescate todavía a una mayoría posible. Los pobres del mundo no están condenados todavía, necesariamente, a la extinción programada.
Me pregunto ahora, ¿cuál será el destino para la actual sociedad cubana…? Y en verdad, es difícil la respuesta. Pero esa tristeza no es sana y no sabemos cuánta resistencia vayan a seguir teniendo esos hermanos mayores, que son los cubanos. La historia de esa “búsqueda de lo humano perdido” que decía Wombrowick, está herida en Cuba. Sus más nobles esfuerzos se están pagando con sufrimiento. También un nuevo orden planetario fundamentado en una “economía moral”, por el momento, utópico, pudiera ser en un futuro un alivio para esta bandera desgarrada de libertad al aire, que es Cuba.
Benito Gámez (Tampico, 1945) es poeta y profesor de literatura. Ha publicado: Cicatrices luminosas: Un Mediterráneo de la mente (2004), Señales en el camino (2012), y Asedio al puerto, entre otros. Actualmente vive en San Cristóbal de las Casas.
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