A estas alturas, hacer una gira estadounidense de estadios (se llama precisamente ‘Stadium Tour’) que pudo haberse realizado perfectamente hace 35 años (es decir, cuando las cuatro bandas que se presentan se encontraban en su apogeo) es una suerte de declaración de principios de la escena del hard rock y, por extensión, de un género que, en los últimos años, ha sufrido más de un revés de popularidad debido al avance implacable del pop y de los ritmos urbanos.
En ese sentido, ver al inmenso SoFi de Los Ángeles completamente lleno y vociferante durante la actuación de propuestas de índole tan marcadamente ochentera fue una experiencia particularmente llamativa, sobre todo cuando se considera que la agrupación principal del evento representa a una corriente propia del Sunset Strip que se vino prácticamente abajo a inicios de los ’90 con la llegada del ‘grunge’ y que, pese al furor que provocó entre sus fanáticos en sus días de gloria, fue duramente cuestionada por incontables miembros de la comunidad rockera que la consideraron superficial e intrascendente, por decir lo menos.
Sin embargo, de un modo u otro, Mötley Crüe -el grupo de cierre- ha atravesado en los últimos tiempos un ‘revival’ que le debe mucho al lanzamiento del ‘biopic’ de Netflix “The Dirt” (2019), basado en un popular libro que contaba las aventuras de unos músicos que se entregaron generosamente a los vicios y al libertinaje mientras componían e interpretaban canciones que hablaban básicamente de fiesta y de mujeres. Y no le ha caído precisamente mal la llegada de “Pam & Tommy”, una miniserie de Hulu vinculada estrechamente a uno de sus miembros más ruidosos (el doble sentido es intencional).
Fue uno de los escándalos de famosos más sonados de finales de los 90, la filtración de un vídeo sexual de Pamela Anderson y Tommy Lee; ella, actriz e icono erótico de la época, él, estrella del rock en Mötley Crüe, una de las bandas más salvajes en el escenario y fuera de él.
Más allá de sus logros e imperfecciones musicales, este cuarteto angelino es conocido a nivel mundial por los dramas y los escándalos que han involucrado a sus integrantes, y que van desde el accidente protagonizado por su cantante (Vince Neil) que le costó la vida al baterista de otro grupo (Nicholas Dingley, de Hanoi Rocks) hasta la distribución masiva de un video sexual casero que había sido creado con fines privados por el baterista Tommy Lee y su entonces esposa Pamela Anderson, una de las modelos más celebradas de la época.
Con todo lo dicho, es una suerte de milagro poder tener a la banda completa haciendo lo que está haciendo en el 2022, no solo porque se supone que su gira final (se llamaba “The Final Tour”) concluyó el 31 de diciembre del 2015 en el Staples Center, sino por todas las vicisitudes que han atravesado unos músicos que, más allá de su particular estilo de vida, han sufrido los embates de enfermedades y condiciones propias del paso del tiempo, como es el caso del guitarrista Mick Mars -quien sufre una forma severa de artritis desde hace varios años- y, más recientemente, el de Neil -quien además de no encontrarse ya ni por asomo en el estado físico de sus jornadas ilustres, ha venido suscitando comentarios de todo tipo debido a las imperfecciones de una voz cuyas carencias se han hecho evidentes durante los conciertos que ofrece como solista en auditorios muchísimo más pequeños que este-.
Claro que, en realidad, Mötley Crüe no se ha distinguido nunca por ofrecer shows de sonido impecable y rebosantes de virtuosismo, como lo prueban los incontables videos de sus que circulan en la internet, incluyendo el de su participación en el US Festival de 1983. Pese a sus evidentes coqueteos con el ‘glam’, se ha tratado siempre de una agrupación intencionalmente desprolija y salvaje; y esa misma reputación logró todavía imponerse en el SoFi, donde llegó acompañada de un sonido sucio pero poderoso que no tendría que haber decepcionado a quienes la conocen de verdad, así como de un gran nivel de producción en el que destacaron varias pantallas gigantes, un grupo de bailarinas sensuales y dos figuras gigantescas e inflables que aparecieron en el escenario cerca del final y que simulaban ser robots con voluptuosas formas femeninas.
Neil, Lee, Mars y el bajista Nikki Sixx fueron directo al grano y, más allá de la interpretación de “The Dirt (Est.1981)” -un tema del 2019 que grabaron específicamente para el ‘biopic’-, no ofrecieron sorpresas, sino que recurrieron a un repertorio de 15 temas en el que figuraron composiciones ampliamente conocidas por sus seguidores, alternando sus creaciones más feroces de los primeros tiempos (como “Shout at the Devil”, “Too Fast for Love”, “Live Wire” y la imponente “Looks That Kill”) con las de matiz ampliamente comercial que se lanzaron después (como “Dr. Feelgood”, “Girls, Girls, Girls” y “Kickstart My Heart”, que sirvió de cierre).
No faltó un ‘popurrí’ especialmente entretenido de los numerosos ‘covers’ que dieron a conocer a lo largo de su carrera (en el que se insertaron “Rock and Roll, Part 2”, de Gary Glitter; “Smokin’ in the Boys Room”, de Brownsville Station; “White Punks on Dope”, de The Tubes; “Helter Skelter”, de The Beatles, y “Anarchy in the U.K.”, de Sex Pistols), aunque uno de los momentos más esperados fue sin duda el de la presentación de la ‘power ballad’ “Home Sweet Home”, que encontró inicialmente a Lee en el piano.
Minutos antes, el mismo baterista ofreció el único momento abiertamente irreverente de la velada al aludir a un reciente incidente que lo encontró mostrando sus partes privadas en las redes sociales y proceder luego a abrirse la bragueta del pantalón para extraer de allí un perro salchicha (la broma que hizo, relacionada a un ‘wiener’, no tiene traducción). Cuando desafió a los varones de la audiencia para que estos mostraran sus propios sexos, ninguno de ellos respondió aparentemente al llamado, aunque las pantallas mostraron al menos a una joven mujer que exhibía libremente sus senos.
La emblemática banda angelina Red Hot Chili Peppers hizo de las suyas en Inglewood
Todos los integrantes de Mötley Crüe tuvieron un desempeño acertado en vista de las circunstancias, incluso en lo que respecta a Neil, quien logró alcanzar el nivel de varias de las notas, falló en muchas otras (al fin y al cabo, su registro ha sido siempre sumamente alto) y, sin mostrar condiciones atléticas, no dejó de moverse a lo largo y ancho del vastísimo escenario. Se trató finalmente de un set compacto y entretenido, aunque el letrero digital que se vio al inicio, donde se leía “El futuro es nuestro”, parecía ser parte de una broma.
Técnica y sonoramente, le fue mucho mejor a Def Leppard, una banda británica que se formó a fines de los ’70 y que empezó tocando heavy metal, pero que fue suavizando paulatinamente su sonido hasta convertirse prácticamente en un grupo de pop con guitarras que logró colocar varios sencillos en los rankings radiales del planeta entero. En medio de sus descarados requiebres comerciales, la banda ha mantenido un sentido de elegancia que lo distingue de sus contrapartes estadounidenses, lo que se hizo evidente durante una presentación que tuvo un carácter más sofisticado que el de todos los demás artistas de la jornada.
Leppard (como lo llaman sus devotos, al menos en Latinoamérica) tiene además la ventaja de contar con dos excelentes guitarristas que se enfrascan frecuentemente en elaborados -aunque breves- solos compartidos: Phil Collen, quien se integró en 1982 como reemplazante del miembro fundador Pete Willis, y Vivian Campbell, quien se sumó recién en 1992 como reemplazo del fallecido Steve Clark, pero que había destacado ya ampliamente por sus virtudes en las seis cuerdas como integrante de Dio (la legendaria banda del buen Ronnie James).
En el SoFi, Collen y Campbell dieron prueba de sus talentos en más de una ocasión, empezando por la interpretación de “Switch 625”, un corte instrumental del aclamado álbum “High ‘n’ Dry” (todavía metalero) que contó también con un llamativo solo de Rick Allen, el baterista que perdió su brazo izquierdo debido a un accidente automovilístico en 1985 y que, pese a ello, siguió tocando con la banda, ayudado por unos pedales especiales que fueron mostrados a través de la pantallas gigantes. Como se puede ver, Mötley Crüe no fue el único acto con tragedias del pasado a cuestas que participó en el espectáculo.
Pese al paso de los años, Leppard sigue mostrando un gran nivel interpretativo y escénico, y eso incluye tanto al bajista y corista Rick Savage (miembro fundador) como al vocalista original Joe Elliott, cuya voz sonó prácticamente como en las grabaciones antiguas, aunque no tuvo necesariamente la agresividad de los momentos más intensos (son 36 conciertos, señores). Además, a diferencia de Mötley Crüe, este grupo sí ofreció una que otra novedad, debido a que, como se trata de una entidad plenamente activa, cuenta con un nuevo álbum, “Diamond Star Halos”, del que se escucharon “Take What You Want” (un convincente rock guitarrero), “Kick” (otra pieza de guitarras, pero marcada por el ‘glam’ británico de los ’70) y “This Guitar” (una balada llevadera que fue interpretada de manera acústica).
Sin embargo, quienes han seguido a la banda a lo largo de los años estaban allí para escuchar los ‘hits’, y estos no faltaron, desde los más abiertamente ‘mainstream’ como “Animal”, “Armageddon It”, “Rocket”, “Hysteria” y “Pour Some Sugar on Me” (provenientes en su mayoría de “Hysteria”, el álbum de 1987 con el que Leppard se entregó completamente al pop) hasta los menos complacientes -al menos de manera relativa-, como “Let it Go”, “Foolin’”, “Bringin’ On the Heartbreak”, “Rock of Ages” y “Photograph”, es decir, aquellos que vinieron en los primeros discos y se relacionaban todavía con la NWOBHM (New Wave of British Heavy Metal) de la que surgieron pesos tan pesados como Iron Maiden, Motörhead, Grim Reaper y Saxon.
Mötley Crüe y Def Leppard fueron los protagonistas oficiales de un show que contó con tres invitados y que tuvo por ello un ambiente de festival. No llegamos a tiempo para ver al primero de ellos, Clasless Act, una agrupación nueva de Calabasas California que ha venido despertando comentarios positivos entre los amantes del hard rock; y debido a un desperfecto en el sistema de boletos que nos tuvo mucho rato en la puerta, vimos solo la mitad del set de Joan Jett and the Blackhearts, cuya inclusión fue ciertamente bienvenida debido no solo a que tuvo en sus filas a la única mujer de toda la velada sobre el escenario, sino también a que su propuesta puramente rocanrolera ofreció un saludable contraste con el estilo mucho más uniforme del resto de participantes.
Pese a la demora, pudimos disfrutar de clásicos como “Crimson & Clover”, “I Hate Myself for Loving You”, “I Love Rock ‘n’ Roll” y “Bad Reputation”, interpretados con la energía habitual por una Jett que parece inmune al paso del tiempo y respaldados por un excelente sonido. Curiosamente, no ocurrió lo mismo con el grupo que la siguió en la tarima, Poison, cuyo repertorio de ‘glam metal’ ultra comercial -completamente libre de las sutilezas europeas de Def Leppard- se sintió menos relevante que nunca, pese a los esfuerzos de su cantante Bret Michaels, quien se conserva muy bien en el plano físico y se comunicó permanentemente con la audiencia, pero que tenía la voz definitivamente afectada.
Sea como sea, el público, que se encontraba ya llenando prácticamente el estadio en ese momento -cerca de las 6 de la tarde-, celebró ampliamente la presentación de temas como “Ride the Wind”, “Unskinny Bop”, “Nothin’ but a Good Time” y, por supuesto, la balada “Every Rose Has Its Thorn”, que Michaels presentó con una guitarra acústica sobre sus hombros y que fue secundada por los ‘flashes’ emitidos por miles de celulares.
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