El autor salvadoreño René Colato Laínez ha publicado 16 libros para la niñez en las principales editoriales de Estados Unidos
SUN VALLEY — Sin hacer aspaviento pero con ardiente diligencia y aplomo, René Colato Laínez ha construido una prolífica carrera literaria. En este momento los motivos para festejar le sobran. En pocos días celebrará su cumpleaños, pero lo que más le entusiasma es el aniversario del libro infantil Esperando a papá (2004). Este cuento cumplirá 20 años de haber sido publicado, convirtiéndose en el punto de partida de su carrera que alzó vuelo con 15 libros más que distribuyen las principales editoriales estadounidenses, sin contar un vasto volumen de libros que llevan su firma en editoriales educativas.
—Me siento contento, era mi sueño —dice sobre ese libro que le dio el título de escritor.
A este autor salvadoreño se le identifica por sus ojos grandes, la pronunciada sonrisa y el tono de piel canela. De profesión es profesor de primaria y escritor por vocación. Expresa su amor profundo por la enseñanza y tiene una pasión inexorable por la literatura.
—¿Qué son los libros para ti? —pregunto.
—Son unos amigos, unos hijos, en los que he trabajado —responde con una expresión en sus ojos más holgada y vivaracha que de lo normal.
En esta industria el nombre de René Colato Laínez es ampliamente reconocido. Sus obras comenzaron a brotar en el mismo momento que surge un boom de autores latinos enfocados en libros infantiles. Sin embargo, cuando René empieza a buscar a escritores salvadoreños al igual que él, solo encontró a uno: Jorge Tetl Argueta, autor que en 2001 publicó Una película en mi almohada. Al ver ese vacío, René apostó por escribir sobre la cultura salvadoreña llevándola de la mano con el tema de la migración; asimismo, expone la importancia del bilingüismo, la adaptación a una nueva cultura y los valores familiares, entre otros tópicos.
Nacido en San Salvador, el 23 de mayo de 1970, René era un niño retraído. Vivió desde los tres años de edad en la comunidad Iberia, a un costado de la terminal de buses de oriente en la capital de El Salvador. Las paredes de su vivienda eran de madera y el techo de lámina galvanizada. En medio de la miseria, René destacaba en la escuela por su hábito empedernido por la lectura y la escritura, lo que le granjeó entre la familia la comparación con el tío de su mamá, Jorge Buenaventura Laínez, profesor y escritor originario de Cojutepeque, en la zona central de esa nación.
—Vos sos como Jorge, vas a ser como Jorge— le decían.
Es que la escritura se le daba de forma natural, escribía poesía y cuentos cortos cuando era estudiante de primer grado. El 3 de diciembre de 1976 estaba programada la presentación en El Salvador del comediante mexicano Roberto Gómez Bolaños, conocido como Chespirito. Un diario local hizo un concurso para regalar boletos, el ganador sería seleccionado entre los que enviaran los mejores poemas. Uno de los finalistas del certamen fue René, su poesía fue publicada en la edición dominical del rotativo. Ese día, cuando se despertó, encontró un ejemplar del diario en la almohada.
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Los primeros cuentos que publicó René Colato Laínez en Estados Unidos fueron Esperando a papá (2004), El juego de la lotería (2005) y Soy René el niño (2005). Libros que se encuentran en versión bilingüe al igual que el resto de ellos. Los manuscritos de esos tres cuentos en inglés pasaron por la mirada inquisitiva de Ludivina Galindo, profesora y compañera de trabajo de René en la escuela primaria Fernangeles, ubicada en el vecindario angelino de Sun Valley, en el Valle de San Fernando. Ambos comenzaron a laborar en ese centro educativo en 1993.
Desde que se conocieron, Galindo recuerda que René le decía que quería ser escritor. Ella lo observaba en el salón de clases con sus estudiantes. Dice que escribía e inventaba cuentos fascinantes. Los niños se emocionaban al escuchar esas historias. “René es excepcional, divertido y auténtico”, lo describe. Insiste en señalar que veía en él una descollante creatividad. En las clases utilizaba sus escritos junto a recortes de revistas y periódicos, dibujos e ilustraciones pegadas en hojas de papel, que al colocarlas en un fólder se convertían en una especie de libro.
—Si eso es lo que quieres hacer, hazlo. ¡Qué estás esperando! —fue la reacción de Galindo.
Los temas de los cuentos que leía a sus alumnos se fueron transformando. En esa época, es decir en la primera mitad de la década de 1990, estaba llegando una gran ola de migrantes al sur de California. Al interactuar con las niñas y los niños, René se dio cuenta de que las experiencias de ellos eran parecidas a su historia personal. Así es como surgieron los cuentos que más tarde le dieron notoriedad: Mis zapatos y yo (2010) —originalmente solo estaba en inglés—, Del norte al sur (2010) y ¿Es este mi lugar? (2023).
El libro Mis zapatos y yo estuvo dos años a la venta. Después de recibir críticas y mensajes de odio, su editorial ubicada en Pennsylvania decidió sacarlo de circulación. No obstante, otra casa editorial publicó en 2019 una versión bilingüe de ese cuento, cuya edición se vendió por completo antes de salir de la imprenta. De principio a fin ese libro narra la odisea de la migración indocumentada y, en casi todos los detalles, es la experiencia que vivió en carne propia René cuando atravesó tres fronteras para llegar a Estados Unidos.
—No lo quería escribir, porque era una historia tan personal, es mi historia de como yo crucé —confiesa el autor.
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Era mayo de 1984. Tan solo cuatro años atrás se había desatado una sangrienta guerra civil en El Salvador. El asesinato del arzobispo Óscar Arnulfo Romero, perpetrado el 24 de marzo de 1980 por los escuadrones de la muerte, fue como un reguero de pólvora. En esa época, el Ejército y la guerrilla realizaban reclutamientos forzosos de niños y jóvenes para fortalecer sus filas de combatientes durante el conflicto que se extendió hasta 1992. El 17 de mayo, Juana Laínez llegó a Huntington Park (California) luego de cruzar la frontera de forma indocumentada por Tijuana (México). En su tierra dejó a Fidel Colato, su esposo, y a tres hijos: Humberto, Carlos y René, el menor, entonces de 13 años.
—Me vine por René, para que tuviera la oportunidad de estudiar, yo lo miraba que era muy inteligente —dijo la mujer de 82 años de edad.
Al ver lo que pasaba en su país, Juana estaba desesperada. Temía que su hijo fuese reclutado. En la Navidad de 1984, Juana le envió a su hijo un par de zapatos color café, los mismos que acompañaron a René en toda la travesía que emprendió junto a Fidel Colato, su padre, la mañana del 17 de febrero de 1985. El plan se interrumpió en Chiapas (México). Antes de dirigirse a Arriaga, un agente de inmigración les robó una buena parte del dinero que traían, obligando a Fidel a trabajar en la Ciudad de México. Ahí laboró descargando mercancía de tráilers. Después de dos meses, en uno de esos tráilers padre e hijo se transportaron hacia Chihuahua, luego se desplazaron en autobús hasta Tijuana.
En la penumbra de una noche de abril, salieron de Tijuana en un grupo de aproximadamente 15 personas. Caminaron toda la noche y la madrugada. Al amanecer se detuvieron en una zona montañosa a la orilla de la carretera. La orden del coyote fue tirarse al suelo, postura que mantuvieron todo el día. Al caer la noche todos tenían que correr. Fidel y René emprendieron a galope, cruzaron alambrados y plantaciones agrícolas. La idea era evitar que los vieran los rancheros, pero sobre todo esquivar a los agentes de la migra. Después de varias horas de fatigoso camino, una minivan los recogió en la carretera y los transportó hasta Los Ángeles. En la madrugada del 14 de abril de 1985 llegaron a la zona del MacArthur Park.
—Traía los zapatos destrozados, se les había caído la suela —rememora Juana.
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En 1980, antes de que empezara la guerra en El Salvador, en Estados Unidos vivían alrededor de 94.100 salvadoreños. Una década más tarde, los que llegaron huyendo de la violencia hicieron que esa población creciera hasta las 445.887 personas, siendo los principales asentamientos de esos refugiados las ciudades de Los Ángeles, Washington D.C. y New York, según registros del Institute for Immigration Research de la Universidad George Mason, en el estado de Virginia.
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Mientras algunas familias han tratado de ocultar el tema de la migración con sus hijos, René Colato Laínez le ha puesto los reflectores. En un lenguaje sencillo, este autor también habla del impacto que generan las deportaciones, la separación familiar y la experiencia de los recién llegados a suelo estadounidense, provocando que estos tópicos sean abordados en el seno del hogar, lo que permite al mismo tiempo que los hijos de inmigrantes tengan una conexión con la historia de sus padres.
—Es importante este tipo de literatura infantil porque abre la posibilidad de tener conversaciones, que tal vez por estigma o sentirse temerosos, son temas que no se tocan en la familia —asegura Leisy J. Ábrego, socióloga y profesora de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA).
Ábrego asevera que si en el hogar hay un libro que los padres pueden leer a sus hijos se generan conversaciones que permite empezar a entender esos temas como algo que es parte de la historia de mucha gente, ya no se tienen que sentir solos, porque hay una conexión con experiencias que son compartidas con otros inmigrantes.
En su etapa como profesora en la Universidad Estatal de California en Northridge (CSUN), Karina Zelaya relata que en su clase de literatura centroamericana (2012-2014) decidió enseñar la colección de cuentos del escritor salvadoreño Salvador Salazar Arrué (Salarrué). Lo hizo porque se dio cuenta de que los estudiantes andaban en busca de su identidad, algo que ella explica se debe al vacío y aislamiento con el que crecen los hijos y las hijas de los inmigrantes, y que muchas veces termina siendo violento.
—En la casa los padres no hablan de la guerra ni de la experiencia de migrar, porque es muy doloroso, entonces se necesitan recursos como este tipo de literatura para empezar a abordar estos temas —sostiene Zelaya, experta en estudios culturales—. Es fundamental que haya escritores que sigan manteniendo esa memoria colectiva viva, porque para los jóvenes es la única forma de mantener esa historia.
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En una encuesta realizada en 2023, suministrada por la editorial Lee & Low Books, se revela que los autores de libros en Estados Unidos son mayormente anglosajones. Es decir que el 72.5% son blancos, solamente el 4.6% son latinos. En comparación a encuestas similares, desarrolladas en 2015 y 2019, los autores latinos sufrieron una disminución porque en esos años era el 6%. A pesar de ese retroceso, en la actualidad hay formas de encontrar producciones literarias que representan a esta comunidad, pero antes de la década de 1990 las expresiones y cultura latina en literatura infantil eran invisibles.
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Cuando la escritora mexicana Amada Irma Pérez publicó su primer libro infantil Mi propio cuartito (2000), en este campo los autores referentes eran los mexicano-estadounidenses Francisco X. Alarcón, Pat Mora y Sandra Cisneros, al igual que la cubana-estadounidense Alma Flor Ada y la española Isabel Campoy, quienes contaban con varios libros de cuentos, poesía y novelas. No obstante, Amada Irma detalla que, cuando ella estudiaba la primaria y al convertirse en profesora en 1975 en la ciudad de Oxnard (California), los libros que se leían en las escuelas retrataban solo a niños blancos y familias ricas, no había rasgos de la cultura latina.
—Siempre andábamos buscando libros en español que trataran sobre la vida migrante, pero no había. Por eso me puse a escribir, porque mis estudiantes necesitaban libros donde ellos se vieran a sí mismos y tuvieran la oportunidad de aprender de su cultura —explica la autora del libro Mi diario de aquí hasta allá (2002), quien empezó a escribir cuentos en 1998—. Si los niños nunca se ven en un libro, en ninguna poesía, es como si sus vidas no tienen importancia, se sienten borrados —subraya Amada Irma.
Antes de escribir el cuento Una película en mi almohada (2001), el autor salvadoreño Jorge Tetl Argueta había publicado al menos dos libros de poesía para adultos: Love Street (1991) y Corazón del barrio (1994). Este poeta, autor del libro Alfredito regresa volando a su casa (2007), incursionó en la literatura infantil en una época donde no había representación salvadoreña en esta industria, convirtiéndose en el pionero dentro de esta comunidad.
Después emergieron los libros infantiles de René Colato Laínez, a él se sumaron otros autores de ascendencia salvadoreña como Juan J. Guerra (El doctorcito, 2017), Karen Vásquez O’Donnell (Pepe and Pako: ¡Exploran los Estados Unidos!, 2020), Holly Ayala (ABC El Salvador, 2021), Leticia Hernández-Linares (¡La lucha de Alejandria!, 2021), Oriel María Siu (Rebeldita la alegre en el país de los ogros, 2021), Mario Bencastro (El niño de maíz, 2022), Cynthia González (La vida de Llort, 2022) y Zaida Hernández (Luz Lucero, niña astronauta, 2023), entre otros.
—¿Cómo defines el trabajo de Jorge Tetl Argueta? —pregunto.
—A mí me inspiró —responde René—. Mi tesis de la maestría en Vermont College la hice sobre autores latinos que reflejan su propia experiencia en los libros que han escrito. No se la contaron, la vivieron. Ellos eran Jorge Argueta, Amada Irma Pérez, Francisco Alarcón y Juan Felipe Herrera.
En una conferencia con educadores en 2000 en Los Ángeles, denominada Autores en el salón de clases, conoció y tomó talleres con las afamadas escritoras Alma Flor Ada e Isabel Campoy. “Ellas son las que me empujaron”, dice René. Luego participó en otra capacitación en New York, donde una editora le revisó uno de sus cuentos. Las observaciones que le hizo le sirvieron para que en 2002 una editorial aceptara publicarlo. Su deseo de preparación lo llevó a cursar una maestría en escritura en Vermont College, en donde se graduó en julio de 2005; ese conocimiento y formación le ayudó a perfeccionar su creación literaria.
—René es un escritor veterano de libros para niños en dos idiomas, es un trabajo muy hermoso el que está haciendo —valora Jorge Tetl Argueta, autor de aproximadamente 35 libros de cuentos, poesía y textos educativos, quien llegó a San Francisco (California) en 1981 en donde fundó la editorial Luna’s Press que ahora dirige la escritora salvadoreña Holly Ayala—. René le dice a los niños en sus libros: No están solos, sus voces son importantes, sus experiencias son valiosas, sus sueños siguen siendo los sueños de muchos —añade el oriundo de Santo Domingo de Guzmán, en el occidente de El Salvador.
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En una sociedad donde los centroamericanos todavía son una comunidad que está en ciernes, la creación artística de escritores como René Colato Laínez es ejemplar, manifiesta Leticia Hernández-Linares, profesora en la Universidad Estatal de San Francisco. Esta académica de ascendencia salvadoreña sostiene que se necesita documentar, investigar y publicar el aporte de esta comunidad para que los hijos de los inmigrantes se vean reflejados en este cuadro que comienza a pintarse en Estados Unidos.
—Es tan importante el trabajo de René porque le está dando un espejo único y dignidad a los niños —destaca la profesora de estudios centroamericanos y autora del libro infantil ¡La lucha de Alejandria! (2021).
En su amplia colección de cuentos, René Colato Laínez dedica un libro al extinto líder religioso salvadoreño Óscar Arnulfo Romero titulado Telegramas al cielo (2017), sobresalen también divertidas historias como Mamá la extraterrestre (2016), The Tooth Fairy Meets El Ratón Pérez (2010), René tiene dos apellidos (2009), El señor Pancho tenía un rancho (2013) y Juguemos al fútbol y al football (2014). Los dos más recientes son ¿Es este mi lugar? (2023) y Juguemos en el parque (2024).
En toda su obra literaria este autor va hilvanando ideas que resaltan la cultura salvadoreña, asimismo busca elevar la historia y personajes de su tierra. Así es como se aventuró a escribir el cuento sobre monseñor Romero y ahora tiene en mente darle vida a un libro infantil sobre la escritora salvadoreña Consuelo Suncín, la fuente de inspiración del escritor francés Antoine de Saint-Exupéry en su afamada obra El Principito.
Como en el inicio de su carrera, René no deja de recurrir al tema de la migración. Ese es el eje central del libro ¿Es este mi lugar? que en abril anterior recibió el premio Paterson Prize, entregado por el Poetry Center en el Passaic County Community College, en New Jersey.
—Estoy muy contento, especialmente con este libro que cuenta mi historia de cuando llegué a Estados Unidos. Es un libro muy personal y que se haya ganado ese reconocimiento lo hace más especial —admite el autor.
—¿Cuál es tu mensaje al abordar un tema tan sensible en los libros infantiles? —pregunto.
—Mi mensaje es representar a ese niño o niña migrante, porque prácticamente son invisibles. Llegan a una escuela, tienen una carga, un pasado, se encuentran en un lugar diferente, tienen que empezar de nuevo. La idea es darles esperanza y decirles de que lo pueden lograr, y que un niño latino diga al leer las historias: ¡Soy yo! ¡Es mi país! Eso es lo maravilloso de mis libros, han traído ese espíritu latino del niño migrante.
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