Frente a la pandemia, tractores siembran las calles de esperanza
Oviedo, España — Más de 700 muertos en un solo día… Fermín Menéndez repite la cifra una y otra vez, como si quisiera convencerse a sí mismo de que es real. Le resulta difícil creer que la pandemia en España tenga ya esos alcances. Sabe que no puede esperar sentado frente a ese volátil conteo de muertos.
“¡Vamos a acabar con el bicho, me cago en la puta que lo parió! ¡Ya veréis como de esta no sale!”, pregona animado Fermín, uno de los 30 agricultores voluntarios que con su tractor recorre calles y comercios desinfectando pueblos y villas rurales.
Aunque lleva seis horas trabajando, su voz no refleja cansancio, sabe que el tiempo apenas le alcanza para cargar nuevamente su tractor con 1,200 litros de desinfectante y salir junto a otros agricultores a dar la lucha contra el mortal virus que ha acabado con la vida de más de 3000 personas en España.
A la cita de las 2:30 pm, acuden cinco tractores y una decena de operarios. Personas con mochilas cargadas de líquido desinfectante que llegan donde no puede acceder el tractor. Todos son gente del campo y ninguno recibe un pago por sus labores. Las labores de desinfección comenzaron el 15 de marzo, tras decretarse el Estado de Alarma por el Covid-19 y poner en confinamiento a 47.1 millones de españoles.
Con mascarillas, guantes y trajes blancos, los campesinos se preparan y toman sus propias precauciones para no caer víctimas del coronavirus. La imagen de estos campesinos españoles es casi idéntica a las escenas que, apenas unas semanas atrás, se emitían desde China con gente rociando los vagones del metro, comercios y calles.
En España, el campo enfrenta retos únicos frente a la pandemia. Las comunidades rurales son las más envejecidas del país, donde casi 30 de cada 100 habitantes que residen en los 5.872 municipios rurales son personas mayores de 65 años.
“Existe una pirámide de población totalmente invertida. Hay muchas más personas mayores que jóvenes y la esperanza de vida es de las más altas del mundo; eso ya por sí mismo tiene sus propias repercusiones”, comenta Emilio García, alcalde del ayuntamiento de Parres, uno de los 78 concejos de Asturias, la región donde operan Fermín y el equipo de voluntarios.
Con 25 muertes y casi 800 infectados, en Asturias, al norte de España, el miedo se apodera de la región que tiene el porcentaje más alto en toda España de personas de 65 y más años, según el Departamento de Población del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
A sus funciones de alcalde, Emilio ha sumado entre 30 a 50 llamadas telefónicas a los ancianos mayores de 70 años durante sus fines de semana.
“El miedo es grande, toda esta gente se siente en primera línea de fuego. Intentamos cuidarlos lo más posible, pero la desazón, el miedo y los interrogantes aumentan”, explica Emilio García, quien implementó el programa Cuenta Conmigo para asistir en tareas básicas a los ancianos.
“Oíamos que en China pasaba esto. Lo de Italia ya lo sentimos más próximo, incluso también Madrid se veía como algo lejano, pero no éramos conscientes de la magnitud”, reconoce el alcalde.
Los ancianos de estos valles saben que la epidemia abrasa y hace desaparecer la vida. Los culpables, por lo menos en parte, son todos los que no se quedan en casa y propagan el mal, por eso han vaciado las calles de las villas.
El silencio que parece invadirlo todo se rompe la tarde en que Fermín y sus compañeros llegan a fumigar las calles. El estruendoso sonido de los tractores y el rocío de la lejía que cae sobre las banquetas, los bancos, los comercios, es recibido por los vecinos como una lluvia de esperanza en estos pueblos.
En la radio del tractor de Fermín suena el tema de Roy Orbison… “Anything you want, you got it. Anything you need, you got it. Anything at all, you got it. Baby” … la melodía le alegra el alma, pero no tanto como los aplausos de los vecinos que agradecen las labores de desinfección.
“No puedo creer que apenas hace 15 días esos mismos tractores recorrían la ciudad protestando por un precio justo de la carne”, dice incrédula Lucia Velasco, quien fundó Ganaderas Asturianas, una organización que se inició como un grupo de WhatsApp y ahora es una asociación con más de 130 mujeres ganaderas.
“Ahora nuestra mayor preocupación es salir de esta pesadilla. Nosotros seguiremos produciendo para garantizar el abasto, nosotros no paramos”, dice Lucia.
La mayoría de los precios de los productos agrícolas no se han movido desde hace casi cuatro décadas y muchos campesinos sobreviven por el complemento de los subsidios. Apenas el mes pasado más de medio centenar de tractores y cerca de mil personas tomaban las calles para reivindicar el papel de los agricultores y ganaderos en la economía.
Los expertos señalan que, una vez terminado el estado de alerta, la situación no mejorará con el tiempo. El sector ganadero de España depende en gran medida del llamado canal HORECA (Hoteles, Restaurantes y Cafeterías), enfocado al consumidor local y a la industria del Turismo.
“España recibe 65 millones de turista al año que no vienen solo por las playas y los paisajes, sino por la forma en que se come en España y este año esos turistas no llegarán, nos esperan meses muy difíciles”, afirma Pedro Gallardo, vicepresidente de la Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores (ASAJA).
La pandemia ha dejado estacionada la incertidumbre sobre la crisis agropecuaria. Ahora todo tema económico parece haber pasado a segundo plano.
“Lo que no para es la lucha en el campo y menos en estos días”, dice Gallardo.
Los tractores, esas máquinas toscas sin ningún encanto que habitualmente se emplean para regar y arar la tierra, ahora utilizados en labores de desinfección, son una de las principales armas en las calles contra el virus de la pandemia.
En la jornada del miércoles Fermín y sus compañeros rociaron alrededor de 10.000 litros de desinfectante (2% de lejía y el resto agua).
Con la labor de desinfectar las calles, se ha abierto un nuevo frente de lucha. La pandemia también ha generado una crisis de lejía, el líquido que diluyen en el agua para limpiar las calles.
A la carencia, los vecinos le han hecho frente de manera solidaria. Uno, dos, tres litros, los residentes de los pueblos llegan hasta los agricultores con lo que tienen en sus casas y lo donan para que continúen con su labor.
“Llevamos dinamita que hemos sacado hasta por debajo de las piedras. Vamos preparados como si fuéramos a una guerra y es que es una guerra”, dice Fermín, quien a sus 40 años nunca había vivido una situación similar.
Los casos de COVID-19 en España superan a China y siguen creciendo, con más de 47.610 contagios y 3.434 muertes.
Por la pandemia, los días son extenuantes en los hospitales, en las residencias de ancianos, pero también en el campo. Las jornadas de los voluntarios se extienden hasta más de cinco horas desinfectando comunidades y después de eso casi todos regresan a sus labores cotidianas: ordeñar sus vacas, preparar el alimento para el ganado. El cansancio es ya mucho. Casi a media noche Fermín apaga finalmente su tractor. En un par de días, apenas junte más lejía, volverá a los pueblos.
No hay espacio para la resignación mientras el país continúa sumando muertes. No hay pausa para quedarse sentado. El campo no para, dicen, y la lucha tampoco.
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