El actor Diego Luna llegó a ser un chico dorado de Hollywood; ¿por qué regresó a México?
Hace cinco años, el actor Diego Luna vivía el sueño hollywoodense: una casa en la playa, una productora junto con su mejor amigo y una abundancia de buenos roles en grandes películas. Pero algo faltaba en su vida.
Luna, de 38 años, quien ganó reconocimiento internacional por su papel de un adolescente enloquecido por el sexo en la película mexicana de 2001 “Y tu mamá también”, y que luego protagonizó “Rogue One: A Star Wars Story”, observaba la realidad en su país natal con anhelo, pero también con una sensación de inquietud. Estaba fascinado por los emocionantes experimentos culturales -los chefs, músicos y diseñadores de moda con renombre mundial que encontraban inspiración en las calles y en el pasado indígena mexicano-. Pero también se sentía enfurecido con la política: la corrupción descarada, las desapariciones masivas y la violencia, aparentemente interminable, de la guerra contra las drogas.
El México moderno estaba plagado de contradicciones, y Luna quería ser parte de él. Así que hizo exactamente lo que se supone que uno no debe hacer hacer cuando triunfa en Hollywood, cuando le han dado un boleto a la dicha, con el cual la mayoría de las personas solo sueña.
“Sentí la urgencia de ser parte de lo que sucedía en mi país”, afirmó Luna en una mañana reciente, bebiendo té verde en su casa, ubicada en un vecindario tranquilo al sur de Ciudad de México. “No quiero que mis hijos me vean mirando las noticias desde mi sala de estar en L.A., quejándome de lo que ocurre en México. Quiero que me vean aquí, peleando por algo que amo”.
Aunque Luna regresó, mantiene un pie en las aguas de Hollywood. Este año se lo podrá ver con roles pequeños en “A Rainy Day in New York”, de Woody Allen, y en un film de Barry Jenkins, director de “Moonlight” -ganadora del Oscar a Mejor Película en 2017-, titulado “If Beale Street Could Talk”.
Pero el actor ha concentrado abrumadoramente su energía en proyectos en su país: ayuda a dirigir un popular festival de cine documental y, actualmente, filma la cuarta temporada del éxito de Netflix “Narcos”, ambientada en México. Además, cuatro días a la semana protagoniza “Privacidad”, una obra teatral sobre la vigilancia de internet que resonó profundamente en México, donde el año pasado se supo que el gobierno espiaba a varios periodistas prominentes y defensores de los derechos humanos.
En un evento ampliamente cubierto después de la función número 100 de la obra, el mes pasado, Luna proyectó una entrevista en video que realizó junto con Edward Snowden, el excontratista de la Agencia de Seguridad Nacional que reveló los detalles de los programas de vigilancia electrónica de los Estados Unidos. En el evento, el actor invitó a algunas de las víctimas del escándalo de espionaje de México al escenario, y les dedicó una placa, a ellos y a las víctimas “indirectas” de la vigilancia del gobierno de su país.
“Todos somos víctimas”, dijo Luna, en medio de fuertes aplausos. “Vivimos en un país donde los que están en el lado correcto de la historia son perseguidos y espiados, y no existen las condiciones para ejercer libremente el periodismo que los ciudadanos merecemos”.
La evolución de Luna en este activista político y abiertamente crítico del presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, incluyó la oposición pública a una legislación que militarizaría aún más a México, donde más de 238,332 personas murieron desde que se envió a los soldados a las calles para luchar contra el narcotráfico, hace una década. También pidió reiteradamente justicia por la desaparición de los 43 estudiantes en un colegio de Ayotzinapa, en el centro de México, en 2014.
Después de que dos terremotos azotaran el país, en septiembre pasado, y mataran a cientos de personas, Luna y su amigo de la infancia, Gael García Bernal, iniciaron una organización sin fines de lucro que recaudó $1.5 millones para ayudar a mitigar la situación, un movimiento estratégico en un país donde muchos ciudadanos no confían en sus líderes y temen que se apropien del dinero de la ayuda.
Antes de las elecciones presidenciales de este verano, Luna fue cortejado por varios partidos de la oposición, incluido uno que, según dijo, le ofreció el puesto de senador (en México, algunos miembros del Congreso son elegidos por los partidos políticos). Pero el actor prefiere mantener su papel crítico desde fuera del sistema, y afirma que quizás no respalde a un candidato en las elecciones.
Aunque se sabe que algunos actores mexicanos influyen en las votaciones y se involucran en el activismo, la práctica es mucho menos común en México que en los Estados Unidos. Luna relaciona su pasión por la política, en parte, con la época en que creció, cuando las siete décadas de autocracia del Partido Revolucionario Institucional (PRI), comenzaban a llegar a su fin.
Todavía recuerda la indignación que se apoderó de su padre y su niñera, de inclinación izquierdista, cuando el líder de la oposición, Cuauhtémoc Cárdenas, perdió ante el candidato del PRI en las amañadas elecciones presidenciales de 1988. También evoca los tumultuosos acontecimientos de la década de 1990, incluida una crisis financiera devastadora, el asesinato de un candidato presidencial, el levantamiento indígena zapatista y la eventual pérdida de la presidencia del PRI, en 2000.
El activismo de Luna es importante porque es se trata de una de las estrellas más importantes del país. Donde quiera que vaya es rodeado por fanáticos, en su mayoría mujeres, que se acercan con los teléfonos celulares listos. Por lo general, el actor acepta tomarse selfies, en las que muestra su célebre sonrisa infantil.
Con su cabello enmarañado y su cuerpo delgado, Luna todavía se parece mucho al chico de “Y tu mamá también”.
Su papel en esa película como Tenoch Iturbide, el hijo
de un acaudalado político mexicano, que fuma marihuana y comparte un memorable menage a trois con una mujer mayor y su mejor amigo -interpretado por García Bernal-, lo catapultó al estrellato mundial. Pero Luna ya era famoso en México hacía tiempo; tenía apenas siete años cuando protagonizó su primera obra de teatro, en parte para estar más cerca de su padre, un escenógrafo destacado que crió a Luna luego de que su madre muriera en un accidente automovilístico. “Mientras que otros niños eran solo niños, yo intentaba ser un adulto”, reflexionó.
A los 15 años de edad, Luna ya había actuado en una serie de populares telenovelas y no dependía financieramente de su padre. A los 18, trabajaba en la compañía de teatro nacional de México y tenía su propio apartamento. “Tuve una vida fantástica”, expresó. “Estaba muy, muy feliz. No podía ser mejor”.
En 2008, se casó con la actriz y cantante Camila Sodi y decidieron mudarse a Los Ángeles, donde tuvieron a su primer hijo. Al principio, era reconocido con más frecuencia por los trabajadores o valets de restaurantes que eran inmigrantes mexicanos. La temporada en L.A contribuyó con su carrera, pero él sentía una cierta frialdad; echaba de menos la intimidad forzada de una atestada metrópoli, como Ciudad de México. “Éramos invitados a eventos muchas veces, pero resultaba difícil entrar en el mundo íntimo de otra persona, lo cual es clave”, consideró.
En ese momento hizo más trabajos de dirección, incluida la película biográfica de 2014 “César Chávez”, que filmó en el norte de México, y se dio cuenta de lo fácil que era trabajar en casa, donde la financiación del gobierno para filmes implica que los directores estén menos restringidos por limitaciones comerciales, y donde los cineastas generalmente enfrentan menos burocracia. “Es difícil encontrar a alguien que te diga que no aquí, en comparación con los Estados Unidos, donde es no tras no, tras no, tras no”, aseveró.
Luna se separó de Sodi en 2013 y regresó a México casi al mismo tiempo, a la misma casa modernista que había comprado cuando tenía 21 años. Ubicada detrás de altos muros, sobre una calle estrecha de adoquines, la vivienda es un refugio de tranquilidad en una ciudad caótica. Hay libros de arte desordenadamente apilados en las mesas, y fotografías Polaroid de sus amigos y familiares adornan las paredes. Afuera, un exuberante jardín disfruta de la sombra de un majestuoso árbol cubierto de hiedra.
Una de las razones por las cuales Luna quería regresar era para que sus hijos crecieran en México, a un ritmo más lento que el de su propia niñez frenética. El actor explicó que él y Sodi adoptaron un mantra: “Los dejaremos ser niños todo el tiempo que puedan”.
Recientemente, una mañana, su hijo de nueve años, Jerónimo, corría por la casa en ropa interior y una camiseta. Cuando le preguntó a Luna si podía salir a la calle a comprar una golosina en la tienda de la esquina, el actor asintió, pero sugirió que primero se pusiera algo de ropa y zapatos.
Luna cree que, probablemente, se perdió de algunas buenas oportunidades en Hollywood, pero no le importa. “Si realmente me necesitan, vendrán a mí”, afirmó en inglés, sonriendo. Su acento español se ha vuelto más fuerte.
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