Es un ser humano colmado de talentos. Además de haber sido un elemento esencial en una de las bandas de rock más grandes de la historia, David Gilmour es no solo un cantante bendecido por una de las voces más distintivas del género, sino uno de los mejores guitarristas de todos los tiempos; y no hay que dejar de lado su participación activa en algunas de las composiciones más celebradas de la música popular contemporánea.
Estas son, desde ya, razones con el peso suficiente para hacer que verlo en concierto resulte una labor prácticamente obligatoria para cualquier fanático de esta disciplina creativa, y serán sin duda determinantes en el éxito que tendrá la serie de presentaciones que el mismo artista viene ofreciendo en esta parte del mundo, es decir, el Sur de California.
Gilmour está completamente consciente de la importancia de esta plaza, por supuesto; y eso por eso que su paso actual por los escenarios locales incluye no sólo la fecha realizada este viernes en el Intuit Dome de Inglewood, sino también los tres shows que ofrecerá el 29, el 30 y el 31 de octubre en el Hollywood Bowl.
No se ve perjudicado por el hecho de tener entre las manos un nuevo álbum como solista que se titula “Luck and Strange” y que, con toda justicia, ha sido muy bien recibido. Aunque es evidente que las personas que asisten a verlo lo hacen en gran medida para escuchar en vivo las emblemáticas canciones de Pink Floyd que no ha dejado de tocar, sus esfuerzos discográficos fuera de la banda son también apreciados -en distinta medida, claro está- por quienes han seguido realmente su carrera.
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Oct. 12, 2024
Una nueva faceta
Por ese lado, es importante destacar el rol jugado por los nuevos temas en el presente tour y, por supuesto, en el recinto de Inglewood, donde sonaron ocho de los nueve surcos que componen la placa, cuyas letras fueron compuestas mayormente por la esposa de Gilmour, la novelista Polly Samson, y que, como se ha dado a conocer, lidian con las sensaciones que provocan el envejecimiento y la conciencia de la mortalidad.
Aunque los trámites se iniciaron con “5 a.m.”, la pieza instrumental de carácter atmosférico que abría “Rattle That Lock” (2015) -el disco anterior de Gilmour- y que le permitió ya a su intérprete imponer esos solos memorables de guitarra que tanto lo distinguen, las nuevas composiciones empezaron a sonar casi de inmediato, empezando con la breve -y también instrumental- “Black Cat” y siguiendo con “Luck and Strange”, un blues de medio tiempo en el que ensaya unos falsetes que no le hemos escuchado frecuentemente.
Por fortuna, más allá del natural enronquecimiento que se ha producido como producto de la edad (vamos, el hombre tiene 78 años), la voz del célebre ‘frontman’ no ha perdido ni la fuerza, ni la delicadeza, ni la afinación de sus mejores tiempos.
Desde el comienzo, quedó claro que íbamos a contar con algunas de las mejores condiciones de sonido que hemos podido encontrar en mucho tiempo, porque todo se escuchaba -y se siguió escuchando- de manera impecable. Este simple hecho hizo que se tratara de un concierto sumamente especial, porque se espera naturalmente que las condiciones acústicas en el Bowl -que es un lugar adorable, pero al aire libre- no resulten tan propicias.
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Animación y proyección
En términos de impacto visual y auditivo, lo más llamativo en lo que respecta al material reciente llegó mucho más adelante, con la interpretación de “Dark and Velvet Nights”, que además de ser uno de los mejores temas del disco, fue secundado en las pantallas gigantes por la proyección de su alucinado video de animación, lleno de imágenes surrealistas y de criaturas sobrenaturales que no desentonan para nada con la temporada de Halloween.
Pero no dejó tampoco indiferente a nadie la sublime presentación de “Between Two Points”, un ‘cover’ del dúo británico de pop-dream The Montgolfier Brothers cuya estupenda letra logra hablar del empoderamiento personal de manera creativa.
La versión actual llamó la atención desde su lanzamiento, porque le quitaba el micrófono a Gilmour para dárselo a su hija Romany, quien, para más señas, es la jovencita que aparece en los famosos memes que la muestran con cara desconcertada mientras su padre intenta inmiscuirse en su práctica musical, y que son encabezados por este texto: “Cuando solo quieres tocar tu guitarra, pero tu padre es el tipo ese de Pink Floyd”.
De hecho, ella misma está acompañando al aludido en la gira entera y forma parte de su grupo de coristas, aunque, para la interpretación de este tema, se coloca al frente y, además de cantar, toca el arpa, ofreciendo una performance realmente sensible y a la vez inspiradora que depende en gran medida de las virtudes de su delicada voz.
En realidad, mucho de lo que se escuchó en la nueva casa de los Clippers tuvo ese ambiente de familia que Gilmour ha buscado en su flamante proyecto, incluyendo la interpretación de “Sings”, un tema que habla de su prolongado romance con Samson y que se aleja clamorosamente de la línea ‘dura’ de Floyd para convertirse en una bonita canción de amor.
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En el mismo plano solista, no dejó de ser llamativa la inclusión de “In Any Tongue”, una composición antibélica del “Rattle That Lock” que se vio acompañada por la proyección de su respectivo videoclip, un trabajo absolutamente devastador cuyas desoladoras imágenes son lo suficientemente genéricas como para poder referirse a muchas guerras, pero lo suficientemente específicas como para indicar que se trata del enfrentamiento entre fuerzas de tendencia occidental y milicias de tipo árabe. La pieza es contundente, y el solo de guitarra resulta absolutamente desgarrador.
Antes de que se iniciara la presente gira, comenzada en Roma el pasado 27 de septiembre, Gilmour ofreció una entrevista en la que parecía insinuar que, para sus actuaciones en vivo, dejaría de lado casi todos los cortes pertenecientes a la etapa más clásica de Floyd, lo que provocó naturalmente desconcierto. Por fortuna, la idea fue descartada, ya que el mini tour ha estado atendiendo de manera generosa esa parte indispensable de su repertorio.
De ese modo, además de terminar con “Comfortably Numb”, la monumental pieza procedente de la obra conceptual “The Wall” (1979), el espectáculo le dio pie a cinco cortes de la era original como parte de las 11 de Floyd que nos ofreció, redondeando con ello una faena que satisfizo definitivamente a los asistentes, aunque lo cierto es que, debido a la disposición del recinto y a la edad avanzada de buena parte del público, casi nadie se levantaba de sus asientos.
Más de cincuenta años después de su creación, las canciones del emblemático disco “Dark Side of the Moon” (1973) siguen sonando de manera soberbia, sobre todo en el caso de “Breathe (In the Air)” y “Time”, porque la versión alternativa de “The Great Gig in the Sky” que se presentó -con un coro compartido y sin solista de voz- no resultó tan efectiva.
Por todo lo alto
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También hubo novedades en el aspecto escénico. Históricamente, las presentaciones individuales de Gilmour se han encontrado desprovistas del nivel de espectacularidad de las que ofrece Roger Waters, el bajista y fundador de Floyd con el que mantiene un distanciamiento al parecer irremediable. Sin embargo, en el Intuit, y tomando en cuenta la modernidad un tanto apabullante del auditorio, se planteó un diseño de producción específico que no se repetirá.
Al principio, el asunto no era tan evidente, porque no se veía ni siquiera una pantalla gigante que mostrara en gran tamaño a los músicos que se encontraban sobre el escenario. Sin embargo, poco a poco, las cosas fueron creciendo en intensidad y en manejo tecnológico, hasta llegar a momentos deslumbrantes en los que las luces se convertían prácticamente en murallas sugestivas y en los que los rayos láser inundaban el edificio entero.
No se trata tampoco de que el maestro requiera de muchos artilugios externos para convencernos. Y es que no parece planificar las cosas en términos de competencia, por el simple hecho de que no necesita hacerlo. Con todo lo emocionante que ha sido para nosotros ver a Waters enfrascado en sus fantásticos despliegues de producción, y privilegiando de paso esos segmentos oscuros del repertorio floydiano que son favorecidos por muchos de los fanáticos, ningún guitarrista contratado puede alcanzar las cumbres emocionales que Gilmour logra alcanzar.
Sucede que, al sumergirse en sus solos, Gilmour sumerge a sus oyentes en un mar insondable de sensaciones. No hay que ser un profesional de la música para darse cuenta de que, en medio de su aparente sencillez, lo que hace en esos momentos supera la eficacia de las palabras para transportarnos a atmósferas desconocidas y generar líneas narrativas inesperadas.
Por ese lado, fue realmente emocionante disfrutar de las memorables melodías a las que les dio vida eterna a través de las seis cuerdas, enmarcadas en excelentes condiciones de sonido y plasmadas tanto en introducciones acústicas como las de “Wish You Were Here” y “Fat Old Sun” como en las impetuosas progresiones de notas que coronan “Time”, “Sorrow” y, por supuesto, “Comfortably Numb”. Ojalá que podamos seguir escuchándolas -y escuchándolo- durante mucho tiempo.
Escribe artículos de entretenimiento en Los Angeles Times en Español y lo hizo anteriormente en todas las ediciones impresas de HOY Los Ángeles. Previamente, trabajó como colaborador con el diario La Opinión. Inició su carrera periodística como redactor y luego editor del suplemento de entretenimiento “Visto & Bueno”, publicado por el diario El Comercio de Lima, donde hacía también críticas de cine.