En apariencia, “La sociedad de la nieve” (“Society of the Snow”), que se estrena el 22 de diciembre en salas selectas de Estados Unidos, una semana después de su lanzamiento Latinoamérica y España y de manera anticipada a su debut en Netflix del 4 de enero, no presenta nada nuevo.
A fin de cuentas, la historia que narra, basada en el caso real de un equipo uruguayo de rugby cuyo avión se desplomó en una zona remota y gélida de los Andes en 1972 y cuyos supervivientes tuvieron que adoptar medidas especialmente extremas para mantenerse con vida, ha sido contada no solo en numerosos reportajes y documentales, sino que ha sido objeto de hasta dos películas con guión: la mexicana “Supervivientes de los Andes” (1976) -que no dejó huella alguna- y la estadounidense “Alive” (1993) -que sigue siendo extremadamente popular y contaba con un joven Ethan Hawke en el papel principal.
Sin embargo, al retomar el relato de la mano de un reparto completamente conformado por uruguayos y argentinos, y al darle a este un sentido del realismo que no se encontraba necesariamente presente en los esfuerzos anteriores, el director español J.A. Bayona (“The Impossible”, “Jurassic World: Fallen Kingdom”) ofrece una versión particularmente impactante de lo sucedido.
Su visión se encuentra además respaldada por el excelente dominio cinematográfico que lo distingue y por un manejo de fuentes que toma no solo como referencia un libro del mismo nombre que se publicó en 2009 y que se encuentra conformado por testimonios de todos los supervivientes, sino también por entrevistas realizadas de manera reciente con las mismas personas involucradas con el desastre, permitiendo con ello una aproximación mucho más reflexiva al tema.
Estos méritos fueron reconocidos ya hace dos semanas, cuando la cinta obtuvo ni más ni menos que 13 nominaciones a los Premios Goya (los Oscares de España, país que la ha elegido como su representante para la categoría de Mejor Película Internacional de los Premios de la Academia), y acaban de verse reforzados por su nominación a los Globos de Oro en la categoría de Mejor Película de Habla No Inglesa.
En la entrevista que puedes leer a continuación de manera editada, y que se encuentra también por aquí completa en formato de video, Bayona sustenta la legitimidad de su propuesta, habla de las intenciones que tenía al comandar el filme y se refiere al proceso de preparación y de rodaje del mismo.
Juan Antonio, para ti, es sumamente importante haber hecho esta película en español, porque parece que te quedaste un tanto frustrado con lo que pasó con “The Impossible”, una gran película sobre el tsunami del Océano Índico de 2004 que le dio además una nominación al Oscar a su actriz principal, Naomi Watts, y que recreaba otro caso real, el de una pareja española enfrentada a un desastre natural. Se tuvo que hacer en inglés por cuestiones de presupuesto, pero al momento de rodar “La sociedad de la nieve”, te empeñaste en que esta se hiciera en español, lo que retrasó muchísimo el proyecto.
Sí; podríamos haber rodado esta película hace muchos años si se hubiese hecho en inglés. Pero lo cierto es que “Lo imposible” era una película que se podía contar en ese idioma, porque trataba sobre una familia española que vivía en Japón y estaba de vacaciones en Tailandia. Poca gente sabe que María Belón, la persona real que es interpretada por Naomi, nos pidió que la familia no tuviera nacionalidad, para que se tratara de algo universal.
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En este caso, no se podía contar la historia en otro idioma que no fuera el español, y además, con acento uruguayo. Era imprescindible entender el contexto de la época, social y culturalmente. Estamos hablando de una juventud más o menos acomodada que llevaba un tipo de vida, que escuchaba una clase de música y que tenía afición por el rugby; y todo eso cambió de un segundo a otro.
Empezar rodando en inglés hubiera sido empezar de muy mala manera y con un ‘cast’ [reparto] que no entendiera exactamente la realidad que estábamos representando. De hecho, a mí, que vivo en Barcelona, me costó hacerlo; tuve que hacer un acercamiento a la cultura uruguaya, a qué tipo de actividades tenían, a las cosas de las que hablaban, al momento político en que estaban, a las canciones que escuchaban.
Pero tuve muchísima conexión con Pablo Vierci, quien escribió el libro extraordinario en que nos basamos, y que lleva el mismo nombre que la cinta. Primero, porque era amigo de infancia de muchos de los supervivientes, y segundo, porque es un tipo excepcional. Se lanzó de cabeza conmigo a explorar qué faltaba por contar, porque la primera vez que me senté con los supervivientes, ellos tenían casi más necesidad de la película que yo, pese a que se habían hecho ya varias sobre el tema.
Cuando veo la película ahora, me doy cuenta de que lo que faltaba por contar era lo que los personajes que se quedaron allí no habían tenido nunca la oportunidad de contar. Así que, de alguna forma, consciente o inconsciente, le di la oportunidad a los supervivientes de darle vida a los muertos, de la misma forma en que los muertos les dieron la vida, ofreciéndoles todo lo que tenían: su apoyo, sus ánimos y hasta sus cuerpos. Fueron los héroes anónimos de los que nunca se habló realmente en la prensa.
Fuera de lo que dices, esta aproximación la distingue claramente de las películas anteriores. Pocos han visto la mexicana, “Supervivientes de los Andes”, que tuvo además pésimas críticas; pero “Alive”, la del director Frank Marshall, ha sido y sigue siendo vista por muchísima gente.
En primer lugar, cuando uno adapta hechos reales, no se puede quedar solamente en los hechos. Tiene que darles una interpretación, tiene que darles una estética, tienes que darles una visión que trascienda la anécdota para hablar de manera profunda con el espectador. Al contar la historia a través de los ojos de Numa Turcatti [uno de los pasajeros del avión que sobrevivió al accidente, pero falleció después], tocamos esa espiritualidad de manera irremediable.
En segundo lugar, los propios supervivientes no se reconocían en el cuento que se había estado narrando, porque ese cuento era un cuento de héroes y un cuento de canibalismo, y lo que pasó en la montaña fue mucho más grande que todo eso. Fue una entrega absoluta de amistad, de amor extremo y de entendimiento del sufrimiento del otro.
En el libro de Vierci, los testimonios dados por cada uno de estos supervivientes incluyen referencias claras y a veces muy explícitas a lo que tuvieron que hacer para mantenerse vivos. Tú preferiste evitar cualquier tipo de truculencia visual.
Ellos tuvieron 72 días para acostumbrarse a esas imágenes. El público tiene dos horas y media. Es imposible procesar estas imágenes desde el sillón de un cine o desde tu casa. Pero filmamos esos momentos, porque yo quería que los actores vivieran todo el proceso. Claro que luego se editaron con mucha delicadeza, para respetar también la intimidad de todos los que estuvieron involucrados.
Ellos tuvieron que adaptarse y tuvieron que reprogramarse. Yo respeto mucho las creencias que tienen y dejo la puerta abierta para que cada uno sienta la película como la quiera sentir, pero para mí esta es una película espiritual, no religiosa. Ellos tuvieron que entregarse de una forma al otro, lo que para mí es un acto trascendente y, sobre todo, un acto espiritual, no un acto religioso.
El personaje de Numa, interpretado por Enzo Vogrincic Roldán, es también el narrador de la historia, y hay momentos donde se le presta mucha atención. El libro lo presentaba solo a través de las palabras de quienes sobrevivieron. Pero esta sigue siendo una historia coral, sobre una colectividad. ¿Qué tan complicado fue tener a tantos personajes y tratar de mostrar de algún modo sus perspectivas?
A nivel de lo que era la organización del rodaje, fue complicadísimo. Filmábamos cada día en una zona bastante inaccesible. De una estación de esquí, teníamos que coger un teleférico que nos tomaba 25 minutos, y después, tomábamos una especie de tractor quitanieves donde íbamos todos apretadisimos. Media hora después, llegábamos a la zona donde rodábamos.
Además, estábamos siempre al servicio de la montaña. Hubo un día en que nos levantamos y la montaña era de color naranja, porque una corriente de aire proveniente del Sahara había arrastrado la arena del desierto hasta allá. Tuvimos que encontrar la manera de seguir rodando sin que eso se notara.
Claro, porque filmaron básicamente en Sierra Nevada, una locación ubicada en Andalucía, debido a que es prácticamente imposible filmar de manera extensa en la locación real, ¿verdad?
Sí hicimos algunas tomas en los Andes. La combinación de técnicas fue muy importante en el diseño de este proyecto. Hay planos que están rodados en Sierra Nevada pero cuyos fondos están completamente cambiados, gracias a un gran trabajo de efectos visuales, con imágenes que grabamos en las montañas originales. Es un trabajo realmente meritorio, que no se ve, que es invisible. Y, de tanto en tanto, se ven planos que rodamos con los actores o con dobles en los Andes.
¿Cuáles fueron los mayores desafíos visuales? Hay momentos muy íntimos, con la cámara cerca de los rostros de los personajes, pero otros muchos más vastos, como el del accidente y las tomas panorámicas sobre la montañas mientras los supervivientes comienzan a explorar el lugar en el que están.
El desafío más grande era que el realismo fuera el mayor posible. Geográficamente, teníamos que mostrar exactamente el mismo lugar donde se dieron los hechos, porque forma parte de la historia. Ellos pasaron semanas decidiendo si salían hacia el este o hacia el oeste. Probaron a subir por el sur, y ahí descubrieron que el avión no se veía desde arriba porque era del mismo color que la nieve. No se podía entender la historia sin entender el lugar.
La Sierra Nevada es un lugar con montañas diez veces más pequeñas [que las de la locación original]. Fue muy bonito cuando los supervivientes vieron la película y se quedaron en shock, porque fue la primera vez que tuvieron la impresión de que volvían a la montaña. Reconocían cada lugar del paisaje, cada rincón.
Además de tener como referencia este libro, tú y tus coguionistas - Bernat Vilaplana, Jaime Marques y Nicolás Casarieg-hablaron extensamente con los supervivientes. ¿En qué cambiaron esas conversaciones lo que ya tenían pensado o escrito?
Cada vez que escribíamos una escena y la hablábamos con los supervivientes, lo que nos contaban ellos siempre era mejor de lo que nosotros nos imaginábamos. Era sobre todo era muy sorprendente el punto de vista que tenían. Habría que haber estado ahí para entender las decisiones que tomaban cada día.
Filmamos 50 horas de entrevistas, y no paramos de hablar con ellos a lo largo de todo el proceso de producción. Hablamos también con las familias, incluyendo a las familias de los fallecidos, y con sus amigos. Teníamos muchísima información sobre todo lo que había sucedido, hasta el punto de que rodamos la película casi como un documental.
Trasladamos toda esa información a los actores, ensayamos durante dos meses con ellos y después, al filmar, les dimos libertad para probar, para arriesgarse, para intentar encontrar hallazgos que resultaron muy interesantes, porque ya habíamos visto los hechos en las otras películas.
¿Qué esperarías que generara esta película en la audiencia? Porque es un caso muy intenso, muy conocido en Latinoamérica y muy inspirador; pero es a la vez perturbador por todo lo que implicó. Es una historia muy potente y con muchas aristas morales.
Ha sido muy interesante mostrar la película a los familiares de las víctimas. Hicimos un pase [proyección] para 360 personas relacionadas con el accidente. En muchos casos, existía todavía un tabú, una especie de barrera de silencio donde no se hablaba del tema.
Íbamos a hacer un pase para las familias de los supervivientes y otro pase para las familias de los fallecidos, pero uno de los supervivientes, Gustavo Zerbino, nos dijo: “Dejemos de separar a las víctimas de los supervivientes. Llevan 50 años separados. Vamos a juntarlos”.
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Fue un riesgo tremendo, porque no sabíamos cómo iban a reaccionar. En el momento en que acabó la película, hubo un aplauso estruendoso que nos dejó a todos anonadados. Ya no había diferencias entre ellos; eran un solo grupo. Yo creo que fue sanador para todas estas personas.
He leído que estás planeando hacer una película sobre la Guerra Civil Española, lo que te llevaría de vuelta a casa por primera vez desde “El orfanato” y te enfrentaría de paso a un tema que sigue siendo delicado.
Es una asignatura pendiente que tengo con mis propias raíces; con mi familia, que es de Andalucía, y específicamente con mis abuelos. Además, las nuevas generaciones saben muy poco de lo que pasó. A nosotros no se nos enseñaba la guerra civil en la escuela. Había una especie de pacto de silencio.
Estamos usando de base otro libro extraordinario, “A sangre y fuego”, de [Manuel] Chaves Nogales, que es seguramente el mejor libro que se ha escrito sobre la guerra civil española. No sé si va a ser mi siguiente película, pero me encantaría tener la oportunidad de rodarla algún día.
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