En la Crypto.com Arena, el artista más popular del mundo combinó trap, reggaetón y rock alternativo
Tiene un largo camino por recorrer en el Sur de California. En lo que respecta a nuestra área, su reto más fuerte será dejar igualmente satisfechos a quienes asistan a sus conciertos de hoy y mañana en el Forum de Inglewood, y repetirá la faena el 30 de septiembre y el 1ro de octubre en el SoFi Stadium, también en Inglewood.
Pero, antes de eso, Bad Bunny calentó motores por todo lo alto con una presentación de casi dos horas y media, totalmente colmada de público y realizada la noche del jueves en la Crypto.com Arena (ex Staples Center), de manera casi simultánea al desarrollo en Miami de la edición número 34 del Premio Lo Nuestro, a la que no acudió pero que lo tuvo como máximo ganador con seis trofeos, varios de ellos en las categorías principales.
En realidad, el cantante puertorriqueño no parece tener problema alguno en lo que se refiere a convencer a sus devotos, que son innumerables y que lo han convertido desde hace ya buen tiempo en el artista más popular del mundo entero, como lo demuestran las cifras proporcionadas a fines del 2020 y del 2021 por la plataforma Spotify, donde supera a la estrella global del pop Taylor Swift.
Su problema -si es que tiene un problema- es probarle a sus detractores que es mucho más que un tipo que, en lugar de cantar y de merecer toda la atención que viene recibiendo, es un intérprete sin talento alguno que balbucea incoherencias y groserías, como lo describen de manera insistente quienes lo han convertido en el punto central de sus enojos y frustraciones debido al estado actual de la industria musical.
En todo caso, en Crypto.com (¡cuánto cuesta no escribir Staples!), lo primero que hizo el aludido es dejar en claro que lo que practica va mucho más allá del reggaetón. Hubo reggaetón, claro, y en cantidades incluso intimidantes para quienes no gusten del género; pero el mismo estilo marcado por el ‘denbow’ se reservó para la segunda parte del largo show, y esto sucedió no solo porque el Conejo Malo ha sido siempre esencialmente un ‘trapero’ (el trap es una rama del urbano con un ‘beat’ mucho más lento y hasta hipnótico), sino porque, desde el inicio de la pandemia, él mismo empezó a experimentar con diferentes fusiones de estilo, lo que le dio finalmente forma a su álbum más diverso hasta la fecha, “El Último Tour Del Mundo”, lanzado en noviembre del 2020.
Fue justamente este trabajo el que protagonizó el primer segmento del concierto, iniciado con “Booker T”, un corte de trap duro y directo que le sirvió en su momento al boricua para responder las críticas de quienes lo rechazan y que, al igual que el resto del espectáculo, lo mostró desplazándose sobre una enorme plataforma elevada que simulaba ser el tráiler de un camión, tomando como base la portada del último disco.
Aunque Bad Bunny era el único que se encontraba sobre la tarima de 360 grados, las ocho pantallas gigantes y suspendidas en el techo que simulaban ser smartphones, el despliegue de fuegos artificiales que no tardó en llegar y el uso elaborado de luces decretaban desde el comienzo que este concierto iba a contar con un nivel de producción digno del auditorio elegido; y poco después, cuando le tocó el turno a los temas más elaborados en el plano instrumental, la llegada de una banda real (cuyos integrantes subieron ocasionalmente al escenario) permitió saber que la música no iba a provenir únicamente de un DJ o de pistas pregrabadas, como lo han hecho con descaro en sus presentaciones otros representantes del urbano.
“Yo visto así”, que es una suerte de rock alternativo con momentos ‘rapeados’, fue la antesala de “Maldita pobreza”, un enérgico ska dueño de un mensaje que puede levantar más de una ceja (“Yo quiero comprarle un Ferrari a mi novia/ pero no puedo / No tengo dinero”, dice al empezar), pero que, si se escucha en su totalidad, habla de un personaje ficticio vinculado a la violencia propia del mundo del hip hop.
Además, su interpretación le sirvió al cantante -que no da casi entrevistas y que se siente incómodo cuando habla ante los medios- para pronunciar un discurso sencillo pero simpático en el que hablaba de “olvidarnos de todos los problemas que hay ahora” (en alusión indirecta a la invasión de Ucrania por parte de Rusia) al menos por un par de horas. Y aunque no faltó en cierto momento la consabida arenga a las “mujeres solteras”, lo que dijo en otros momentos (porque fue bastante locuaz) resultó ciertamente constructivo, con invocaciones a la tolerancia, al hecho de ser lo que uno quiera ser “sin hacerle daño a nadie” y al positivismo en general.
Por su parte, “La droga” adquirió también insospechadas intensidades rockeras (ausentes en la grabación) mientras hablaba no de sustancias ilegales, como era de esperarse, sino de una relación particularmente tóxica; y después de eso, la atmósfera se calmó para darle paso a “Te deseo lo mejor”, una suerte de balada urbana con ecos de Radiohead (en serio) que le dio paso a “Trellas”, otra pieza lenta pero definitivamente atmosférica con referencias a Gustavo Cerati y hasta a David Bowie (otra vez, en serio, aunque los envidiosos dirán que parece más bien una copia de Zoé).
Claro que el ensueño ‘alternativo’ no se prolongó más, porque, inmediatamente después, el ‘autotune’ y el pop se desplegaron con generosidad en la mucho más intrascendente “Sorry Papi”, presentada en medio de las coreografías elaboradas por varias parejas de baile; y el hip hop regresó en pleno con “120”, una canción en la que las alusiones verbales a los Lakers (el equipo de básquet que eligió como casa al Staples -perdón, a la Crypto.com Arena-) combinaron con el vestuario del vocalista, quien lució todo el tiempo un traje con los colores del conjunto deportivo y que, en ese instante, sacó a relucir una chaqueta con el célebre número 24, perteneciente al trágicamente fallecido Kobe Bryant.
Acababa ya la cuota otorgada a los temas de “El Último Tour Del Mundo”, el show dejó de lado a los instrumentistas para entregarse completamente a las cadencias reggaetoneras propias de la producción anterior del cantante, “YHLQMDLG”, extrayendo de ella temas como “La difícil”, “Bichiyal” y “La santa”, que, al menos para mí, resultan prácticamente intercambiables y que, con el paso de los minutos, empezaron a sonar cada vez más repetitivos.
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Las cosas se animaron cerca del final con la llegada del incuestionable ‘hit’ “Yo perreo sola”, secundado por su insistente sonido de teclados y respaldado por la reputación de ser un tema de origen masculino para el empoderamiento femenino (léanlo como quieran); y, ya para cerrar, se presentó “Dákiti”, el corte más comercial y difundido de “El Último Tour Del Mundo”, que, en medio de sus aires complacientes, posee interesantes arreglos electrónicos.
Técnicamente, Bad Bunny no es un gran cantante, ni mucho menos; hay quienes no lo consideran ni siquiera un cantante, y es comprensible que su voz pueda causar desagrado. Sin embargo, durante este concierto, su desempeño fue más que decente, sobre todo porque la interpretación que ofreció fue tan natural como relajada, incluso en los momentos en que se notaba la intrusión abusiva del ‘autotune’ (que no fue constante, aunque resultó siempre difícil entender las letras, pese a que el sonido en general era excelente).
Por otro lado, y a pesar de que ha grabado incontables colaboraciones con estrellas mundiales, la exitosa velada de ayer lo vio únicamente respaldado en unas cuantas canciones por el poco conocido Mora; las otras voces de famosos estaban pregrabadas.
Como señalamos al inicio, este fin de semana habrá hasta dos oportunidades adicionales para ver a Bad Bunny en acción; pero la Crypto.com Arena se encontraba completamente llena de una audiencia eufórica cuyos rugidos de satisfacción al interior del coloso no dejaron nunca de ser impresionantes. Y aunque se exigía todavía el uso de mascarillas para entrar, casi todos los asistentes se libraron de ellas una vez que se encontraron en sus asientos, lo que facilitó sin duda el estallido de emociones.
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