Internet ya no es un niño que necesita libertad para innovar; se ha convertido en un monstruo y exige límites
El desarrollador inmobiliario Alastair Mactaggart se alarmó por la amenaza de internet a la privacidad personal mientras charlaba con un ingeniero de Google, en una fiesta.
“Le pregunté: ‘¿Qué pasa con todas las cuestiones de privacidad? ¿Hay algo de qué preocuparse?’”, recuerda Mactaggart. “Esperaba que respondiera: ‘No, no es gran cosa’. En cambio, dijo: ‘Si la gente supiera lo mucho que conocemos sobre ellos, realmente estarían aterrorizados’”.
“Me sorprendió”, prosigue el desarrollador. “Y el tema me interesó”.
Ahora son las grandes compañías de internet las que están enloqueciendo por el accionar de Mactaggart. El hombre amenaza con poner en peligro las actividades de Google, Facebook y otras, con una iniciativa electoral para regular el aprovechamiento de los datos privados de los usuarios.
“La mayoría de las personas no comprenden cuán penetrante es esta [filtración de datos] y qué tanto estas grandes empresas saben sobre nosotros”, asegura. “Es como la fábula de la rana hirviendo en una olla”.
Sin embargo, la gente se ha vuelto mucho más consciente al respecto esta semana, cuando dos comités del Congreso interrogaron al líder de Facebook, Mark Zuckerberg. Los legisladores particularmente querían saber por qué la red social no protegió los datos de 87 millones de sus usuarios, que cayeron en manos de Cambridge Analytica, una consultora política que trabajó para la campaña electoral del presidente Trump.
Los datos personales no se emplean únicamente para el marketing de candidatos políticos, por supuesto. También se usan para comercializar zapatos, televisores, automóviles, de todo. Las empresas recopilan información sobre las aficiones, edad, hijos, residencia, religión, género y orientación sexual de los usuarios, y la usan para enfocar anuncios hacia grupos específicos.
No hay nada nuevo en ello. Sin embargo, con la tecnología, los datos son mucho más fáciles de recopilar. También se pueden utilizar para cualquier cosa, incluso algunas aterradoras.
Todo es muy complejo, aunque los conceptos básicos son simples: internet está recabando datos personales de los individuos, sin su conocimiento, y los difunde para obtener grandes ganancias. La gente ha tomado más conciencia de ello y comienza a exigir protecciones; parece una intersección oportuna entre la cruzada de una persona y el deseo del público.
Internet ya no es el bebé que necesitaba libertad para innovar y crecer sin regulación, si es que alguna vez lo fue. Se ha convertido en un monstruo y ahora necesita restricciones, como los ferrocarriles a fines del siglo pasado y las instituciones financieras durante la Gran Depresión.
“Nos estamos enfrentando a la industria más rica y poderosa que el mundo haya visto jamás”, asegura Mactaggart, de 51 años y residente de Piedmont, en el condado de Alameda. “Standard Oil era poderosa, pero no sabían todo sobre ti”.
La iniciativa de Mactaggart afectaría a aquellas compañías que ganan al menos $50 millones al año y obtienen la mitad de sus ingresos anuales vendiendo información personal.
Los consumidores tendrían derecho a saber qué datos se recopilan. Se les debería informar qué se diseminó y a quién. Los usuarios tendrían el derecho de decirle a las empresas que dejen de vender o compartir su información, y no se les podría cobrar más por el servicio de internet en caso de optar por no compartirla. De ser ignorados, podrían presentar una demanda.
Mactaggart necesita reunir 365,880 firmas de votantes antes del 18 de junio para que la iniciativa sea considerada en la votación de noviembre. Hasta ahora, es el único financista de la idea y ha puesto en ella más de $2 millones.
Con la controversia de Facebook, el momento no podría ser mejor. “Esta no es una propuesta difícil de vender”, comenta Robin Swanson, gerente de la campaña. “Ahora mismo estamos en un maremoto”.
Se espera que las compañías de tecnología gasten decenas de millones para combatir la medida, si esta logra llegar a la boleta electoral. Hasta ahora han aportado un millón de dólares -$200,000 cada uno- entre Facebook, Google, AT&T, Verizon y Comcast.
Después de la indagatoria de los comités del Congreso, Facebook anunció el 11 de abril, que no contribuirá más dinero a la campaña de oposición. La empresa afirmó que quiere centrarse “en apoyar medidas de privacidad razonables en California”.
Suena como la posible búsqueda de un compromiso legislativo, algo en lo cual el resto de la industria tecnológica no ha mostrado interés.
“Tenemos todos nuestros recursos enfocados en la medida electoral”, asegura Robert Callahan, vicepresidente de asuntos gubernamentales de Internet Association. “Esta es una iniciativa al estilo ‘¡te pillé!’. Es impracticable, suprimiría la capacidad de las empresas para innovar”.
Las firmas tecnológicas temen especialmente que ello le de a los usuarios de internet oportunistas la posibilidad de demandarlas, explica. Para Callahan también “es deshonesto vincular” la iniciativa con la polémica de Facebook. Buena suerte convenciendo a los votantes de eso.
El portavoz de la campaña de oposición, Steve Maviglio, considera que “este es un problema nacional. Está bien que se trate en Washington. Claramente, esa es la forma de abordarlo, no estado por estado”.
No obstante, si California hubiera esperado la actuación de Washington, quienes viven en el sur de este estado se estarían ahogando con el smog. Y quién sabe cuántas playas habrían sido contaminadas por derrames de petróleo.
En el marco de una reforma relativamente nueva, el proponente de una iniciativa puede negociar un compromiso legislativo y abandonar la medida de votación. Un posible vehículo para este compromiso es un proyecto de ley del asambleísta Ed Chau (D-Arcadia).
La medida de Chau restablecería las regulaciones federales revocadas por el presidente Trump, que exigían que los proveedores de internet obtuvieran permiso de los usuarios antes de compartir datos.
“Son nuestros propios datos”, alega Chau, “por ello deberíamos ser capaces de decidir qué se recopila y cómo se usa”.
El proyecto de ley fue desestimado en el 2017, en medio de la férrea oposición del sector tecnológico. Pero todavía está allí, esperando un compromiso.
Se necesita alguna regulación. Los días del Lejano Oeste, con una internet descontrolada, ya deberían ser historia.
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