Un pequeño grupo de monjas inversionistas desafía a las grandes empresas
ATCHISON, Kansas, EE.UU. — Entre los inversionistas activistas más persistentes del mundo corporativo estadounidense está un grupo de 80 monjas en un convento en las afueras de Kansas City.
Ubicadas en medio de extensas planicies agrícolas, las hermanas benedictinas de Mount St. Scholastica han emplazado a empresas como Google, Target y Citigroup en una variedad de temas, como mejorar la supervisión de la inteligencia artificial, controlar los pesticidas y respetar los derechos de los pueblos indígenas.
“Algunas de estas compañías realmente nos odian”, dijo la hermana Barbara McCracken, quien lidera el equipo de las monjas para responsabilidad corporativa. “Debido a que somos pequeñas, para ellos somos como una mosca que las irrita”.
En momentos en que las inversiones activistas se han polarizado políticamente, las monjas no se inhiben de expresar sus opiniones. Recientemente se hicieron virales al denunciar el discurso que dio el jugador de fútbol americano Harrison Butker, de los Chiefs de Kansas City, en una universidad que las monjas cofundaron.
Cuando Butker sugirió que las mujeres graduadas de Benedictine College deben dedicarse a ser esposas y madres, las monjas – quienes obviamente no son ni esposas ni madres – expresaron su consternación con “la aseveración de que ser ama de casa es la máxima aspiración que puede tener una mujer”.
Al fin y al cabo, la educación de las mujeres ha sido piedra angular de su comunidad, que ha fundado docenas de escuelas. Muchas de las monjas tienen doctorados. La mayoría ha trabajado en roles profesionales – hay entre ellas una doctora, una abogada canónica y una violinista – y desde siempre han compartido sus conocimientos.
Invierten lo poco que tienen en corporaciones que se atenúan a sus ideales religiosos, pero también en algunas que no, a fin de poder empujar a esas compañías a cambiar políticas que las monjas consideran perjudiciales.
En la primavera y verano pasados, cuando muchas compañías sostuvieron sus reuniones anuales de accionistas, las monjas propusieron una serie de resoluciones en base a las acciones que poseen, algunas en cantidades tan pequeñas como 2.000 dólares.
Le pidieron a Chevron evaluar sus políticas de derechos humanos y a Amazon a que publique cuánto le paga a sus gestores de presión política. Le pidieron a Netflix aplicar un código de ética más detallado para asegurar que su junta directiva cumpla estándares de diversidad y contra la discriminación. Propusieron que varias compañías farmacéuticas reconsideren prácticas para patentes que pueden ocasionar aumentos de precios de medicamentos.
Hasta los años 90, las monjas tenían pocas inversiones. Ello cambió a medida que algunas hermanas fueron envejeciendo y la comunidad tuvo que ir ahorrando dinero para su cuidado.
“Decidimos que era realmente importante hacerlo de manera responsable”, dijo la hermana Rose Marie Stallbaumer, quien durante años fue la tesorera del grupo. “Queríamos asegurarnos de que no estábamos simplemente acumulando dinero para nosotras mismas, en detrimento de los demás”.
El activismo de inversionistas por motivos religiosos se remonta a inicios de los 70, cuando grupos religiosos empezaron a pedirle a compañías estadounidenses que se retiren de Sudáfrica debido al apartheid.
En 2004, las hermanas de Mount St. Scholastica se unieron a la Benedictine Coalition for Responsible Investment, una asociación de grupos liderada por la hermana Susan Mika, una monja basada en un convento en Texas que ha estado trabajando en el área desde los años 80.
La Benedictine Coalition trabaja estrechamente con el Interfaith Center for Corporate Responsibility, que actúa como coordinador de las resoluciones de los accionistas, coordinando con grupos religiosos – incluyendo docenas de órdenes católicas – para aprovechar sus inversiones y hacer pronunciamientos sobre temas de justicia social.
Las monjas han desempeñado un rol crucial en el ICCR desde hace años, dijo Tim Smith, asesor político del centro. La labor puede ser desalentadora ya que las causas sociales apenas si avanzan de año en año, pero Smith dice que las monjas “tienen la resistencia de un maratonista”.
Las resoluciones rara vez son aprobadas, y aun cuando lo son, usualmente no son de cumplimiento obligatorio. Aun así, sirven de herramienta educativa y de medio para despertar conciencia dentro de una corporación. A lo largo de los años, las monjas han visto como el apoyo a sus resoluciones ha ido de menos de 10% a 30% y a veces incluso a una mayoría.
Gradualmente, las causas ambientales y de derechos humanos han ido convenciendo a algunos accionistas, aun cuando ha surgido cierta resistencia hacia las inversiones para causas ambientales, sociales o de administración pública.
“No nos damos por vencidas”, dijo Mika. “Seguimos perseverando y llamando atención a estos problemas”.
Es una forma de protesta, lo que se le hace natural a McCracken, la veterana activista pacifista que presenta las solicitudes de las monjas.
“No había protesta a la que ella no iba”, dijo la hermana Anne Shepard, quien enumeró una larga lista de protestas a las que iba McCracken: contra la guerra, contra el racismo, a favor de los sindicatos.
McCracken, quien entró a la comunidad benedictina en 1961 y luego pasó una década en una casa del grupo Catholic Worker, se describe como “una extrovertida inusual” en la vida monástica que “odia perderse una fiesta”.
Junto con sus hermanas, ella vive al ritmo de la antigua vida monástica, rezando y cantando tres veces al día en su capilla, como lo ha hecho esa orden religiosa por 1.500 años.
Se atañen al lema benedictino de “rezar y trabajar” y juntan sus salarios, fondos de retiro, herencias y donaciones para mantener a sus ministerios e inversiones.
Al centro de gran parte de sus acciones está la creencia de que los ricos tienen demasiado, los pobres tienen muy poco, y hay que compartir más para el beneficio de todos o, como dice la frase católica, para el bien común.
“Para mí, es la continuación de las enseñanzas sociales católicas”, dijo McCracken al referirse a sus inversiones activistas.
Las enseñanzas sociales católicas eluden una fácil clasificación dentro del espectro político estadounidense. Van en contra del aborto y la pena de muerte, pero están a favor de los pobres y de los inmigrantes. El papa Francisco ha renovado el llamado de su Iglesia de cuidar a la Tierra, en históricos escritos ambientales.
Las monjas de Mount St. Scholastica desde hace tiempo han tenido un enfoque ecológico: Una de sus exalumnas es Wangari Maathai, la activista keniana y ganadora del Premio Nobel de la Paz ya fallecida.
Una de sus principales inquietudes estos días es el cambio climático, tema mencionado con frecuencia en sus resoluciones. Las monjas tratan de hacer su parte, usando sus 21 hectáreas (53 acres) de tierras para reciclar desechos, instalar paneles solares, sembrar huertos comunitarios y criar 18 colmenas que el año pasado produjeron 362 kilos (800 libras) de miel.
Su activismo a veces ha provocado denuncias de que son demasiado liberales y que son todas demócratas.
Una razón para esa percepción es que la comunidad “no está a la vanguardia de la oposición al aborto”, dijo McCracken, aunque enfatiza que ellas siguen la enseñanza de la Iglesia en ese tema. Pero con tantos grupos católicos involucrados en el movimiento antiaborto, las monjas han hallado otras causas para defender.
La controversia sobre Butker también provocó varias llamadas y emails enojados contra la comunidad. Y particularmente molestó a las monjas porque son fans empedernidas de los Chiefs y hasta a veces van a la capilla vestidas de rojo y dorado, los colores del equipo.
La hermana Mary Elizabeth Schweiger, la priora del convento, escribió el primer borrador del comunicado.
“Rechazamos una definición estrecha de lo que significa ser católico”, dice la declaración en respuesta a la denuncia de Butker contra lo que él llamó “la tiranía de la diversidad, equidad e inclusión”.
“Eso provino de un entendimiento muy básico de quiénes somos y de los valores que consideramos verdaderos”, dijo luego Schweiger en su oficina. “Simplemente pensamos que esa voz tenía que ser escuchada porque creemos mucho en ser inclusivas”.
Por expresar lo que opinan y meterse en temas controversiales, la comunidad ha ganado y ha perdido partidarios a lo largo de las décadas.
“Vivir según el Evangelio ... implica interactuar con la política y la economía”, dijo McCracken. “Es simplemente parte de ser un ciudadano activo”.
Con casi 85 años de edad, McCracken ya no es tan activa como lo era antes. Pero el activismo mediante sus inversiones le proporciona “un trabajo de escritorio, aunque ya no pueda ir a protestar a las calles”.
En realidad, las hermanas de Mount St. Scholastica nunca se retiran.
“No usamos esa palabra”, dijo McCracken. “Si nuestra mente sigue bien, simplemente seguimos, ¿sabes?”.
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La cobertura de temas religiosos de la Associated Press cuenta con apoyo de The Conversation US, con fondos de la Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable del contenido.
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