Con la variante Delta en aumento, Estados Unidos está peligrosamente dividido en cuanto a las vacunas
HEFLIN, Ala. — Para Peyton Thetford su vida es como vivir en dos países.
Dentro de la unidad de cuidados intensivos de la Universidad de Alabama en el Hospital de Birmingham, la enfermera de 27 años ha sido testigo de un aumento dramático en los nuevos pacientes con COVID-19 que luchan por respirar. Pero después de turnos agotadores de 12 horas, moviendo a losenfermos de espaldas sobre sus estómagos y luego volteándolos de lado cada dos horas para mantener altos sus niveles de oxígeno, sale del hospital y casi no ve a nadie con cubrebocas o practicando el distanciamiento social.
“Es como la película ‘El día de la marmota’, donde te despiertas y todo es exactamente igual y no puedes hacer nada para cambiarlo”, comentó. “Simplemente vienes a trabajar y ves morir a la gente”.
A medida que Estados Unidos alcanzó el hito esta semana de poner al menos una dosis de una vacuna en el 70% de los adultos en el país, pocas personas estaban celebrando. La variante Delta altamente contagiosa del coronavirus estaba surgiendo en el país, y había una creciente exasperación porque el proyecto nacional para detener la propagación del COVID-19 se había estancado al encontrar resistencia a las vacunas en grandes secciones del conservador sur y medio oeste.
La oposición entre quienes han recibido sus inyecciones contra el COVID-19 y quienes se niegan a ser vacunados sigue las líneas divisorias geográficas y políticas familiares. Los estados de tendencia demócrata en el noreste, como Vermont y Massachusetts, lideran el camino en cuanto a las inoculaciones, mientras que los estados firmemente republicanos que votaron por el ex presidente Trump en 2020, incluidos Alabama y Mississippi, tienen las tasas de vacunación más bajas y el aumento más pronunciado de casos y hospitalizaciones.
Desde que comenzó la crisis de salud en EE.UU, el coronavirus, en todas sus formas y variantes, ha magnificado las diferencias políticas de la nación. Los estadounidenses no han estado de acuerdo con el uso de cubrebocas, los encierros gubernamentales e incluso la gravedad de un virus que ha matado a casi 615.000 personas en la nación.
“Este es el momento en que he visto más politizado a Estados Unidos y la tragedia es que está politizado por un tema de vida o muerte”, señaló Frank Luntz, un encuestador republicano que asesora al grupo de trabajo contra COVID-19 de la administración de Biden sobre cómo llevar a personas reacias a recibir la vacuna.
Mientas la variante Delta ha provocado un brote de contagios y hospitalizaciones en el país, la mayor cantidad de casos y los resultados más graves están ocurriendo en áreas con bajas tasas de vacunación, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC por sus siglas en inglés). Pero el ritmo de las inyecciones también ha aumentado en las últimas semanas, particularmente en los estados del sur con fuertes dudas sobre recibir el antígeno.
Aun así, Alabama está por detrás de todos los demás estados con solo el 40% de los residentes mayores de 12 años completamente inoculados, en comparación con Vermont, que ha vacunado completamente a casi el 77%. El número de pacientes con COVID-19 en los hospitales de Alabama ha aumentado en el último mes aproximadamente de 213 a 1.736. Si continúa la tasa actual de incremento, el presidente de la Asociación de Hospitales de Alabama ha advertido que dentro de un mes los nosocomios del estado podrían superar la ola de enero de 3.089 pacientes.
Pero muchos residentes de Alabama parecen más preocupados por el antígeno que por el virus.
“No quiero ser un conejillo de indias”, comentó Renee Dunn, de 43 años, en una entrevista reciente. Dunn es gerente del restaurante de comida rápida Jack’s en Heflin, una pequeña ciudad al este de Alabama que es la sede del condado de Cleburne, una zona rural que tiene una de las tasas de vacunación más bajas del estado. Según el Departamento de Salud Pública de Alabama, uno de cada cuatro residentes mayores de 12 años en Cleburne ha sido completamente inoculado.
A Dunn le preocupaba que los antígenos se habían fabricado demasiado rápido. Su madre tuvo una mala reacción a una vacuna este año y sufría de dolor en las articulaciones, fiebre y confusión, mencionó, y su hijo se sintió tan enfermo que perdió algunos días del trabajo después de recibir su primera dosis. Los efectos secundarios serios son poco comunes.
Dunn sufre de la enfermedad de Crohn y artritis, condiciones que la hicieron vulnerable, y tuvo COVID-19 en diciembre. La semana pasada no sabía si todavía tenía anticuerpos que la protegerían de futuras variantes y no había buscado el consejo de su médico sobre las vacunas.
La política, explicó, no tiene nada que ver con su apatía. No votó en 2020. Pero aseguró que un factor que podría hacerle cambiar de opinión: la aprobación de un antígeno por parte de la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA por sus siglas en inglés).
Otros residentes de este condado de Alabama incondicionalmente conservador, donde casi nueve de cada 10 votantes apoyaron a Trump en las boletas en 2020, se mostraron más renuentes.
Ryan Jackson, un farmacéutico que administra Wright Drug Co. en Heflin, comentó que había escuchado todas las razones para no recibir una inyección: temor de que las vacunas pudieran provocar efectos secundarios como infertilidad, creencia de que los riesgos de COVID-19 se han exagerado, teorías extravagantes sobre que los antígenos contienen microchips para la localización por parte del gobierno. Algunos de los mayores retrocesos provienen de quienes no confían en las instituciones gubernamentales.
“Escuchas las teorías de la conspiración; no confían en el gobierno, muchos factores políticos”, señaló Jackson, quien está vacunado. “Es simplemente una desconfianza total de toda la autoridad”.
Como alguien que conoce a la mayoría de las personas en su pequeña ciudad, y tiene una idea bastante clara de quién ha sido inoculado y quién no, Jackson explicó que tendía a no contra argumentar las teorías de la conspiración. En cambio, se centró en las personas con preguntas legítimas, brindó información sobre los efectos secundarios y enfatizó que una vacuna disminuía sus posibilidades de ser hospitalizados o morir por COVID-19.
Republicano, descartó la idea de que la división hacia los antígenos se redujera a la política partidista.
“Soy tan conservador como puede ser y estoy tan a favor de las vacunas como es posible”, enfatizó, y señaló que toda su familia, la mayoría de sus amigos y alrededor del 80% al 90% de sus compañeros de su iglesia fueron vacunados.
Pero las encuestas de la Kaiser Family Foundation indican que la brecha partidista sobre las inoculaciones se está ampliando. En abril, la tasa promedio de vacunación en los condados que votaron por Trump fue del 20.6%, en comparación con el 22.8% en los condados de Biden. Para el 6 de julio, esa brecha había aumentado a 11.7%.
No todos los republicanos están en la misma página. Algunos legisladores y funcionarios públicos del partido se han burlado de funcionarios de salud pública como el Dr. Anthony S. Fauci, el principal experto en enfermedades infecciosas del país, y promueven la desinformación, acusando falsamente a la administración de Biden de intentar vacunar a los estadounidenses en contra de su voluntad, mientras que muchas figuras republicanas del establishment han promovido las inyecciones.
El líder de la minoría republicana en el Senado, Mitch McConnell, de Kentucky, instó a los estadounidenses a ser inmunizados y declaró el mes pasado: “No es complicado”.
Incluso en Alabama, donde la mayoría de las personas siguen sin vacunarse, la gobernadora republicana Kay Ivey ha dicho que es hora de que los inoculados presionen más. “Es momento de empezar a culpar a las personas no inmunizadas, no a la gente normal”, enfatizó ante los periodistas el mes pasado. “Son las personas no vacunadas las que nos defraudan”.
Los estadounidenses más propensos a rechazar las inyecciones, señaló Luntz, son aquellos que votaron por Trump, viven en pueblos pequeños, así como en áreas rurales, y tienen menos de 70 años. Parte del problema, explicó, fue que el expresidente se mantuvo relativamente en silencio sobre el tema, ya que muchos sitios web controlados por quienes se oponen a las vacunas difunden información incorrecta y engañosa.
En los últimos meses, Luntz indicó que sus grupos de sondeo se habían vuelto más resistentes a los antígenos. Al principio, los participantes harían preguntas. Pero explicó que ya rara vez planteaban inquietudes. En cambio, respondían con argumentos que habían leído en línea y trataban activamente de rechazar los hechos que escuchaban.
“Han pasado de la desconfianza al escepticismo, al cinismo y ahora es el rechazo”, señaló Luntz. “Hay millones de personas que han decidido no vacunarse”.
A medida que ingresan más pacientes cada día en las salas de emergencia de los hospitales, muchos estadounidenses inoculados han perdido la paciencia con los que dudan o se niegan rotundamente.
La indignación es más evidente en los centros urbanos liberales donde la gente cumplía con las restricciones y esperaba que las inoculaciones masivas devolvieran la vida a la normalidad, permitiéndoles quitarse los cubrebocas, cenar en interiores, regresar a la escuela y dejar atrás la amenaza del COVID-19.
En Portland, Oregón, donde más de cuatro de cada cinco residentes mayores de 12 años están vacunados, Dean Gadda, propietario de una pequeña empresa y jubilado que se vacunó tan pronto como pudo, explicó que perdió los estribos la semana pasada con una familia que vivía por su calle.
Uno de los tres hijos adultos de la familia, un hombre de unos 20 años, había ido a la casa de Gadda en un barrio sólidamente demócrata a tocar el violín una noche. Más tarde, el propietario de la pequeña empresa, un demócrata de 73 años, le preguntó al hombre si había sido inoculado.
No, respondió su vecino. Nadie en la familia había sido vacunado y ahora los cinco estaban enfermos de COVID-19. Agregó que no estaba preocupado porque nadie estaba muy enfermo.
“Bueno, ya no eres bienvenido aquí. Ni siquiera pases por la entrada de la casa”, le comentó Gadda. “No me preocupo por ti. Me preocupo por todas las personas a las que vas a infectar”.
Incluso las familias que están políticamente alineadas luchan por ponerse de acuerdo.
En Sugar Land, Texas, Tricia Doyle, de 61 años, administradora de bienes raíces, recibió una dosis, pero le preocupaba que sus dos hijos en Denver no habían sido vacunados “debido a toda la información errónea”.
Doyle y sus hijos son republicanos que votaron por Trump, comentó, pero ninguno de ellos cree en teorías de conspiración. No se oponen a los antígenos en general. Doyle contrajo COVID-19 en enero y toda su familia sabe que es real. Pero también desconfían del gobierno federal.
“Definitivamente necesitamos unirnos como nación y dar a conocer los hechos”, puntualizó. “La gente está cuestionando todo”.
Algunos expertos en salud pública indican que Estados Unidos no está atrincherado en dos bandos: quienes están a favor y en contra de las vacunas, y que existe una diferencia entre desconfianza y oposición.
“Aquellos que se muestran escépticos sobre el antígeno contra el COVID-19 no son un monolito”, señaló Henna Budhwani, profesora asistente de salud pública en la Universidad de Alabama en Birmingham, quien ha estudiado la reticencia a las vacunas entre los afroamericanos en el sur.
En Alabama, agregó, el porcentaje de residentes blancos y negros que reciben sus primeras dosis es aproximadamente el mismo: el 32.5% de los residentes blancos y el 33% de los residentes negros.
Aunque Alabama es uno de los estados más conservadores de la nación, también es una entidad predominantemente rural con un porcentaje más alto de residentes negros que la nación en su conjunto y un historial lamentable de desigualdades en salud. La confianza es un problema particular entre los negros de ese estado, muchos de los cuales recuerdan el experimento de sífilis del gobierno de Estados Unidos que duró 40 años en Tuskegee, Alabama, y que implicó negar el tratamiento de la sífilis a cientos de hombres negros.
Budhwani señaló que los estadounidenses tenían todo tipo de razones para rechazar los antígenos, ya sea por miedo a las agujas, desconfianza en las intenciones del gobierno, sospecha sobre la velocidad del desarrollo de la vacuna o confusión sobre lo que perciben como mensajes gubernamentales poco claros o mixtos.
Otros, comentó, creen que los efectos del COVID-19 han sido exagerados o que el virus no los afectará. Algunos se rebelan con fuerza contra lo que consideran una violación de su autonomía.
Persuadir a la gente, explicó, involucraría mensajes de salud pública desarrollados y entregados por miembros confiables de la comunidad, como líderes de iglesias locales y profesores.
Hay algún motivo de esperanza. A pesar de la polarización política, algunos estados conservadores con las tasas más altas de casos nuevos diarios, incluido Alabama, están experimentando ahora los mayores saltos en las tasas de inoculación.
En Wright Drug Co. en Heflin, Jackson señaló que había comenzado a ver un ligero aumento en la demanda, partiendo de menos de 10 inyecciones por semana en junio a más de 20 semanales, nada como la solicitud inicial de 200 a 250 dosis por semana, pero suficiente para que aumente su confianza.
“No es demasiado tarde”, mencionó. “Creo que cuanto más tiempo pase, la gente verá que no nos están creciendo extremidades adicionales ni un tercer ojo. Más personas vendrán”.
Jarvie informó desde el condado de Cleburne, Alabama; Hennessy-Fiske desde el condado de Fort Bend, Texas; y Read desde Seattle.
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