Editorial: Los asesinatos en el Festival del Ajo de Gilroy son parte de una enferma tradición estadounidense
Dos tradiciones estadounidenses -los festivales de verano y la violencia armada- chocaron estremecedoramente durante el fin de semana.
Aquí en California, un hombre armado con un rifle de estilo militar se coló a través de una valla perimetral en el Festival Anual del Ajo, en Gilroy, y abrió fuego el domingo por la tarde, matando a tres personas -dos de ellos niños-, mientras que una docena más resultaron heridos o se lastimaron al huir del pandemonio.
El lunes por la mañana, la policía intentaba determinar por qué el tirador, identificado como Santino William Legan, de 19 años y residente de Gilroy, decidió disparar en el evento.
El famoso festival del ajo estaba terminando cuando las autoridades dicen que Legan, armado con un rifle estilo AK-47, pasó junto a un arroyo y atravesó una cerca, evitando la seguridad de la entrada.
Un día antes, al otro lado del país, hombres armados abrieron fuego durante la celebración del Old Timers Day en un parque de Brooklyn, Nueva York, matando a una persona e hiriendo a otras 11. La policía investiga si el incidente estuvo relacionado con pandillas.
Como nación, nos hemos acostumbrado lentamente a esta violencia tan insensata, con ataques en sitios religiosos, escuelas, lugares de trabajo y a miembros de familias. La semana pasada, la policía de Los Ángeles arrestó a Gerry Dean Zaragoza, quien al parecer disparó contra tres parientes en Canoga Park -matando a dos de ellos- y luego baleó a una ex novia y a un hombre en una estación de servicio; esa mujer también murió. El mismo día, más tarde, dice la policía, asesinó a tiros a un extraño en un autobús. En un hecho por separado, un oficial de policía fuera de servicio de Los Ángeles, que comía tacos junto a su novia y los dos hermanos de la chica, en Lincoln Heights, se enfrentó a un grafitero y fue asesinado a tiros.
Lo que sabemos sobre el arma de asalto usada en el tiroteo del Festival del Ajo de Gilroy.
Los debates inevitables después de Gilroy tocan temas habituales: no fue el arma [la responsable], sino el veneno en la mente del tirador. Hay algo de verdad en eso, dado que las pistolas son objetos inanimados. Pero sin una, el hombre no podría haber disparado a nadie. Y sin la función semiautomática de la misma, no podría haber disparado a tantas personas, tan rápido. Los rifles de estilo militar, como el que se usó el domingo, están concebidos y diseñados para campos de batalla; es absurdo venderlos para cazar o como “autodefensa”.
La violencia, por supuesto, no hará que el presidente Trump o el Congreso actúen en consecuencia. El mandatario tuiteó el lunes que el tiroteo fue un acto “horrible” y dijo que deberíamos continuar “trabajando juntos como comunidades y ciudadanos” para prevenir la violencia.
La policía identifica al tirador del Gilroy Garlic Festival como Santino William Legan, de 19 años de edad; las autoridades buscan el motivo.
Pero, en realidad, no ha hecho prácticamente nada para abordar nuestro flagelo nacional de larga data. Aceptó de brazos abiertos a la Asociación Nacional del Rifle (NRA), tal como ningún otro presidente reciente lo ha hecho. “Tienen un verdadero amigo en la Casa Blanca”, le dijo a la NRA hace dos años, después de que el grupo invirtiera $30 millones para ayudarlo en su elección.
En verdad, la culpa no es sólo de Trump. Las sucesivas administraciones y congresos no lograron romper el dominio del lobby de las armas sobre las políticas federales que regulan el tema. Así, la nación continuará sufriendo heridas de balas por docenas cada día, y decenas de miles cada año. Y algo tan inofensivo, como un festival del ajo, o una celebración en un barrio de Brooklyn, seguirá implicando la posibilidad de que haya muertes violentas.
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