¿Qué llevó al tirador de Las Vegas a asesinar? No lo sabemos, y eso nos vuelve locos
Necesitamos saber.
Cerca de dos semanas después de que Stephen Paddock, de 64 años de edad, hiciera llover balas sobre los asistentes a un festival de música country en las Vegas, donde mató a 58 personas e hirió a otras 500, los investigadores no están siquiera cerca de entender los motivos del agresor.
Para una nación marcada por el tiroteo de masas más mortífero de la historia reciente de los EE.UU., se trata de un problema profundamente inquietante.
Los detectives de la policía y los especialistas en delincuentes trabajan horas extras en un esfuerzo por diseccionar el comportamiento, las circunstancias y el estado psicológico de Paddock en el momento previo a los disparos. Los profesionales de salud mental y expertos en comportamiento humano, mientras tanto, dan testimonio de una respuesta más común y menos misteriosa por parte de los estadounidenses: una sensación de que, sin una explicación de las acciones del atacante, no podremos cerrar psicológicamente el capítulo sobre este tiroteo.
“La falta de explicación aquí nos molesta a un nivel casi existencial”, argumentó el psicólogo Yuval Neria, experto en el trastorno de estrés postraumático de la Universidad de Columbia, en Nueva York. Es una angustia que Neria ha escuchado en su laboratorio y en su consultorio clínico, de personas que siguieron los horrores desde lejos y de aquellos que tienen vínculos directos con el tiroteo.
“Es un rasgo humano inconsciente y profundo buscar un motivo para la violencia catastrófica. Es una forma de defensa propia “, agregó por su parte Jeff Victoroff, profesor de psiquiatría y neurología en USC y experto en trauma, terrorismo y agresión humana. “La gente necesita hacer planes de contingencia para protegerse, asignar un motivo, reconocer a las personas con esa causa y mantenerse alejada de ellas”.
Como padres, hacemos esto casi sin esfuerzo para calmar a un niño ansioso. Ponemos la amenaza a distancia. Consideramos al autor como “un otro”, alguien a quien posiblemente no podamos conocer. Prometemos protección.
Ahora, los padres y otros adultos han visto por sí mismos que los asistentes a los conciertos pueden ser asesinados desde una altura de 32 pisos. Puede que se vean obligados a aceptar que un vecino amable-pero-distante, un hombre aparentemente exitoso, sin antecedentes conocidos de inestabilidad mental, puede matar inexplicablemente a personas contra las cuales no guarda aparente rencor.
“Es insoportable”, expuso Victoroff. Sin respuestas procesables que hagan de Paddock un monstruo raro y distante, dijo, “uno queda paralizado”.
En los humanos, el trauma despierta una poderosa necesidad de “cobrar sentido” para explicar lo que no puede explicarse fácilmente, agregó Neria, de Columbia. Y los traumas nacionales, especialmente aquellos avivados, magnificados y diseminados por la cobertura de los omnipresentes medios de comunicación, hacen de ello una necesidad ampliamente compartida.
Uno de los sellos distintivos del trastorno de estrés postraumático (PTSD, por sus siglas en inglés) es la hipervigilancia, señaló Neria. Ahí es cuando la capacidad de un enfermo de distinguir lugares seguros de otros peligrosos se rompe. Desafortunadamente, la brecha continua en la comprensión de qué fue lo que llevó a Paddock a matar erosionó esa distinción, detalló. Para muchos estadounidenses, es una muestra de cómo es la vida para las personas con ese trastorno.
Las oraciones y los llamamientos a la unidad pueden llenar el vacío que crea la incertidumbre. A veces, eso es suficiente, manifestaron los expertos.
“No nos sentimos seguros hasta saber, y la explicación detesta el vacío”, expuso Charles R. Figley, psicólogo que dirige el Instituto de Traumatología de la Universidad de Tulane en Nueva Orleans. “La gente inventa cosas. Es por eso que oramos y pedimos a Dios que nos proteja, para asegurarnos de que las buenas personas no salgan lastimadas. Comenzamos a construir explicaciones que al menos nos hagan sentir mejor”.
En tiempos normales, agregó Figley, este proceso recibe la ayuda de figuras públicas. Quienes se sienten amenazados naturalmente gravitan hacia aquellos de su confianza, dijo, una comunidad de personas “como nosotros”. En tales casos, el mensaje de “unión” de un líder tiene como objetivo moldear y ampliar esa comunidad. A falta de una explicación clara del trauma, después de un desastre natural, por ejemplo, las palabras de un líder están destinadas a inspirar confianza de que, incluso en un mundo aleatorio, los estadounidenses pueden confiar el uno en el otro.
Pero estos no son tiempos normales, destacó Figley. En un país dividido por profundas brechas políticas y sociales, la ausencia de una explicación para las acciones de Paddock deja a muchos preguntándose “¿Quién está de mi lado?”. Y a falta de llamamientos efectivos a la unidad, el experto teme que los estadounidenses ansiosos se retiren más profundamente hacia sus propias cajas de resonancia partidarias.
El presidente Trump ha hecho poco para unir a los estadounidenses y ayudarlos a avanzar, estimó Figley. A pesar de la ausencia de pruebas, Trump consideró que Paddock era un “enfermo” y “demente”.
Esta caracterización como una enfermedad mental puede ayudar al presidente a sentirse mejor al proporcionar un motivo simplista para el tiroteo, resaltó el Dr. David Spiegel, psiquiatra de la Universidad de Stanford. Pero es una mala respuesta a un fenómeno que, en realidad, es bastante fácil de explicar.
La razón por la cual Paddock pudo matar a tantas personas en 10 minutos es que tuvo fácil acceso a los medios para hacerlo, remarcó el psiquiatra. La verdadera explicación, dijo, radica en las armas y en una cultura que pone “un absurdo poder de fuego” prácticamente en manos de cualquier persona.
“No había nada enfermo en él”, advirtió Spiegel sobre Paddock. “Como psiquiatra, me molesta profundamente la conclusión de que cualquiera que haga algo así es un enfermo mental. Eso es falso y profundamente injusto para las personas que sufren esos padecimientos”.
Finalmente, resaltó, cuando las personas reflexivamente aceptan la explicación de la “enfermedad mental” para los tiroteos en masa, están apoyando inadvertidamente a los defensores de los derechos de las armas, que frustrarían cualquier esfuerzo por contener la marea de armas en los Estados Unidos.
“Todos queremos sentir que controlamos aquellas cosas que no podemos controlar”, resaltó Spiegel, quien dirige el Centro de Estrés y Salud de Stanford. “Queremos reproducir esta idea en nuestras cabezas, convencernos de que podemos evitar a estas personas. Pero lo que es realmente escalofriante es que no importa dónde uno vaya o qué haga, hay un tipo de sangre fría con un arma que puede matarte”.
Dadas las circunstancias, afirmó, “debemos estar ansiosos”.
Traducción: Valeria Agis
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