El arquitecto italiano ganador del Premio Pritzker dice que el nuevo museo del cine de Los Ángeles responde a la evolución de la ciudad
“Es una burbuja de jabón. Es una nave voladora. Es un, dirigible, un zepelín”, dice un apasionado Renzo Piano. “Pero no es una ‘Estrella de la Muerte’. Eso no es”.
Piano está sentado en el interior del mismo edificio al que se refiere: el teatro esférico David Geffen que diseñó para el nuevo Museo de la Academia de Cine. El teatro, con capacidad para 1.000 personas, que se adhiere a la parte norte del antiguo edificio de May Co. en la esquina de Wilshire y Fairfax, ha llegado a ser conocido coloquialmente como la “Estrella de la Muerte” desde que se presentaron los planes para su construcción hace casi una década.
Piano insiste en que su edificio no es tal.
Prefiere la expresión “nave voladora”, aunque también le gusta la de “linterna mágica”, que ha utilizado el actor Tom Hanks (administrador del museo) para describir el edificio. Piano saca su teléfono móvil y me muestra una vista aérea del Geffen tomada por el famoso fotógrafo de arquitectura Iwan Baan. Muestra el museo a la luz del crepúsculo, con la forma redondeada del teatro brillando cálidamente desde el interior.
“Mira eso”, señala, con un poco de asombro. “Es una burbuja de jabón en medio de una ciudad de hormigón”.
Es una metáfora evocadora. Pero es una batalla de nombres de la que es poco probable que Piano salga victorioso. Los angelinos obsesionados con el cine se han referido informalmente a la esfera mecánica como la “Estrella de la Muerte” desde que se materializó en el extremo occidental de la Milla Milagrosa. (Incluido una servidora, que puede haber utilizado el término distraídamente durante una conversación con el arquitecto, por suerte, mientras yo estaba fuera de su alcance).
No obstante, Piano mantiene su cruzada por una metáfora más adecuada. En el diseño del Museo de la Academia, no ve la muerte, sino algo más parecido al amor.
“Para mí es como un coqueteo”, dice. “Es una pequeña historia de amor entre la señora mayor de allí, el edificio de May Co. ... y la joven nave voladora que aterriza aquí”. Señala el edificio que nos rodea.
Piano explica que el diseño es un gesto de afecto hacia el edificio May Co., una estructura Streamline Moderne diseñada por A.C. Martin y Samuel Marx, terminada en 1939 y ahora rebautizada oficialmente como edificio Saban. (Aunque le deseo buena suerte para lograr que alguien lo llame así).
“Nunca conocí a una persona en Los Ángeles que no amara ese edificio”, indica Piano en un inglés que contiene las cadencias musicales del italiano. “Me fabricaron en el 37, así que soy incluso más viejo que esta criatura. Amo a esta criatura”.
Cuando el Museo del Cine de la Academia abra sus puertas al público, Piano ya estará de vuelta en Francia (es italiano, pero también mantiene una residencia en París): Tendrá otro museo terminado en su haber.
A estas alturas, el arquitecto de 84 años ha diseñado demasiados para contarlos. Está la Menil Collection en Houston (terminado en 1987), la Fondation Beyeler (1997) en Suiza y el Whitney Museum of American Art en Nueva York, una estructura frente al mar del West Village a la que el museo y su contenido se mudaron desde el Upper East Side de Manhattan en 2015.
Además, están sus innumerables proyectos de ampliación para el Instituto de Arte de Chicago, la Academia de Ciencias de California en San Francisco y el Museo de Arte del Condado de Los Ángeles, para el que ha diseñado dos pabellones en los últimos 13 años: el Museo de Arte Contemporáneo Broad y el Pabellón Resnick.
Sin embargo, el museo más famoso del grupo sigue siendo el innovador Centro George Pompidou de París, diseñado en colaboración con Richard Rogers y Gianfranco Franchini y terminado en 1977.
Con influencias de grupos de vanguardia de la década de 1960, como el Archigram inglés, un influyente colectivo intrigado por las formas en que la tecnología podía rehacer la arquitectura, el Pompidou fue el museo que escandalizó a Francia al dejar caer en medio de un pintoresco barrio parisino una estructura que parecía haber sido construida con un Erector Set. En el momento de su construcción, Le Figaro lo comparó con un “monstruo, como el Lago Ness”.
Ahora es un amado icono de París, que ha convertido lo que antes era un desordenado aparcamiento en un animado centro cultural. (Además, las vistas desde las escaleras mecánicas exteriores del edificio son incomparables).
Aunque es un edificio muy diferente, el Pompidou es quizás instructivo para entender la visión de Piano para su Museo de la Academia en Los Ángeles.
En una charla TED de 2018, describió el Pompidou como “una nave espacial que aterriza en medio de París”. Lo mismo podría decirse del Museo de la Academia. Aunque Piano se apresura a señalar que el Teatro Geffen, que está suspendido sobre el suelo sobre cuatro zócalos de hormigón, nunca llega a aterrizar del todo: “Levita”.
Piano lleva mucho tiempo participando en la creación de estructuras que parecen estar en proceso de aterrizaje. La Fundación Beyeler de Suiza parece flotar sobre el estanque de agua que la rodea. Y el Museo Whitney, que está parcialmente levantado sobre pilotis, desde ciertos ángulos parece una nave industrial que se ha posado en una plataforma de aterrizaje elevada.
La forma del Museo de la Academia se inspira, en parte, en los dirigibles que aterrizaban en la zona, cuando el barrio de este tramo de Wilshire servía de aeródromo. Y remite al tipo de viajes que unen los intereses del arquitecto con la misión del museo de contar las historias del cine.
Piano nació en una familia de constructores en el puerto italiano de Génova. “Crecí con dos cosas: el cine y el mar”, dice. “Y ambas tenían que ver con la exploración. El mar, porque algo debe ocurrir más allá: el infinito. Y lo del cine, porque te llevan a otro mundo”.
El arquitecto dice que, durante un tiempo, en su juventud, fantaseó con ser director de cine, pero al final optó por estudiar arquitectura. Aunque señala que ambos campos comparten algunos rasgos.
“Necesitas un ejército de personas, trabajas con un presupuesto”, señala. “Se trata de una secuencia. En el cine, no te mueves, te sientas; la película se mueve. En la arquitectura, no se mueve. Nosotros nos movemos”.
En efecto, se necesitaron ejércitos para construir el Museo de la Academia, en particular el Teatro Geffen, que requiere mucha ingeniería. Para ello se contó con un equipo internacional de diseñadores del estudio homónimo de Piano, Renzo Piano Building Workshop, que incluía al arquitecto del proyecto, Jonathan Jones, y a los socios Mark Carroll y Luigi Priano. También fueron fundamentales la oficina de Los Ángeles de la empresa mundial Gensler (arquitecto ejecutivo del proyecto) y KPFF Consulting Engineers.
Uno de los mayores retos del diseño fue la construcción de un edificio esférico de 12.000 toneladas que, sin embargo, se sintiera flotante. Esto se consiguió minimizando las conexiones del edificio con el suelo. El Teatro Geffen se apoya en cuatro zócalos de hormigón con aislantes de base, que sostienen la esfera en caso de terremoto.
“La cúpula es muy delgada y transparente porque el edificio está aislado de la base, por lo que la fuerza de un terremoto no se transfiere a la estructura”, dice el socio del arquitecto del proyecto, Priano. “De lo contrario, sería mucho más difícil resistir el terremoto”.
Si la academia es el enésimo museo que Piano ha completado, no parece estar en absoluto hastiado por la experiencia. Puede que haya acumulado un Premio Pritzker (1998) y una Medalla de Oro Real del Instituto Real de Arquitectos Británicos (1989), pero se trata de un diseñador que sigue emocionándose con el diseño.
En una tarde nublada de la semana, Piano, acompañado por Carroll y Priano, me conduce por el edificio, que bulle de vida al comenzar varios días de preestrenos. Piano señala el material de una barandilla, la suave curva de una escalera y la transición de la sombra a la luz mientras pasamos de las tenues galerías a las zonas de circulación saturadas de luz natural en el edificio de May Co.
Puede que se le considere un arquitecto trotamundos, pero Piano parece más bien un entusiasta profesor universitario en persona, evitando las gafas rígidas y los conjuntos serios de los arquitectos en favor de un aspecto más informal. (En algunos momentos, expresó sus pensamientos en voz alta hablando sobre temas como la belleza y las metáforas).
“Las metáforas son peligrosas”, comenta. “No se puede empezar haciendo metáforas. Se empieza haciendo edificios”.
Mientras atravesamos el puente de alfombra roja que lleva del edificio de May Co. al Teatro Geffen, vislumbramos el ascensor rojo -el rojo es un color característico de Piano- que sube y baja por el exterior de uno de los zócalos del edificio. El arquitecto se queda momentáneamente absorto en el movimiento: “Me gustan esos satélites en movimiento”.
El Centro Pompidou, que surgió a raíz de las revueltas estudiantiles de París en la primavera de 1968, ha sido comparado con un gesto de protesta. “Alguien tenía que hacer el trabajo sucio de romper cosas”, explica Piano. “Era inevitable”.
Pero tiene cuidado en señalar que el edificio no hizo el cambio, sino que reflejó un cambio que ya estaba ocurriendo. “Las cosas del mundo no pasaron por culpa de Beaubourg”, dice, refiriéndose al edificio por el nombre del barrio que habita. “Beaubourg ocurrió porque era el momento adecuado para ello”.
“Si cuentas la historia del cambio, no modificas el mundo”, explica. “Lo que tú pones por escrito, yo lo pongo en la construcción. Eso es todo”.
Entonces, ¿qué corrientes cambiantes podría expresar el Museo de la Academia?
Piano cree que marca un paisaje cambiante de Los Ángeles: una ciudad de creciente densidad urbana y una vida callejera peatonal más intensa. Recuerda que estaba en Wilshire Boulevard cuando empezó a trabajar en el edificio del BCAM para el LACMA hace casi dos décadas.
“Estaba de pie en la calle y en media hora podía contar unas 30 personas en la calle”, comenta. “Ahora, si te paras en el mismo lugar, puedes contar miles”.
“Este edificio”, subraya, “celebra ese momento de cambio”.
De hecho, el diseño de la academia muestra una gran atención a la circulación peatonal. El museo cobra entrada, pero el vestíbulo es gratuito y accesible al público, lo que permite a la gente transitar por la estructura. Se han eliminado trozos de pared en el nivel del vestíbulo para proporcionar mayores puntos de conexión visual entre el interior del edificio y la calle. Una pasarela que corre paralela a Wilshire permitirá a los peatones desplazarse hacia el este desde Fairfax y el Museo de la Academia hacia el LACMA y las Fosas de Alquitrán de La Brea sin interrupción.
El diseño, explica Piano, tiene que ver con “el urbanismo, la idea de que la gente vendrá aquí. Vendrán de forma natural”.
Y así será. En 2024, está previsto que la estación Wilshire/Fairfax de la Línea Púrpura abra sus puertas al otro lado de la calle.
A estas alturas, probablemente no haya un tipo de edificio que Piano no haya creado. Él y su equipo han diseñado un aeropuerto en Osaka y un rascacielos en Londres (la torre irregular conocida como el Shard). Recientemente, han trabajado en hospitales, incluido un hospital quirúrgico infantil en Entebbe (Uganda), el primer proyecto arquitectónico de la empresa en África.
Si hay algo más que le interese diseñar, aún no lo ha pensado. “Estoy demasiado ocupado haciendo lo que hago”, indica. “Solo te sientas y trabajas”.
Hace una pausa y saca del bolsillo un bolígrafo de tinta verde: “Solo necesitas esto”. El verde es el tono que Piano prefiere para dibujar. También es el color de los asientos del Teatro Ted Mann, en la planta baja del Museo de la Academia.
“Se trata de hacer un lugar para la gente, crear un buen espacio para las personas”, señala sobre la arquitectura. “Un lugar en el que la gente aprenda a estar junta”.
Le pregunto a Piano si eso es lo que le gustaría que fuera su legado arquitectónico: hacer buenos lugares para la gente.
“Soy un hombre joven”, responde con una sonrisa cómplice. “Así que tengo tiempo para pensar en mi legado”.
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